No hay reglas estrictas para hacer una película buena. Hay tantas películas buenas diferentes que se contradicen entre sí que es evidente que cada película debe funcionar bajo sus propias ideas y llegar con ellas a buen puerto. Hay comedias, hay dramas, hay películas clásicas y también modernas, pero también hay una enorme cantidad de títulos que no consigue encontrar el rumbo y terminan en medio de la nada. Happy Hour es una de esas películas filmadas con oficio pero que jamás se definen. El humor absurdo del principio le da pasa a un drama intimista, mientras coquetea con la screwball comedy y luego busca una reflexión filosófica acerca de la condición humana. El protagonista es un imposible profesor de literatura latinoamericana interpretado por el no menos imposible Pablo Echarri. Horacio es el profesor en cuestión, un argentino que vive en Río de Janeiro y al cual un evento azaroso lo convertirá en una figura pública (o algo así, porque la película no convence a ningún nivel jamás) y despierta en él deseos reprimidos que destaparán una crisis matrimonial. Vera (Leticia Sabatella), su esposa, una legisladora brasileña tan imposible como el profesor, debe mantener en orden su matrimonio por su carrera política. Todo es tan falso, tan acartonado y tan ilógico que cada escena parece pertenecer a una película nueva. Ver actores argentinos hablando en portugués distrae un poco pero no es tan grave, en cualquier idioma no tienen nada interesante para decir. Cuándo la película busca alcanzar profundidad las cosas se complican aún más que con la comedia. Por donde se la mire, la película no funciona.