No es otra película de acción
Cada día que pasa algunos intentamos comprender el por qué del Oscar a mejor película que consagró a Birdman el pasado año, y de ahí empezamos a falsar algunas premisas como si “¿son más importantes las historias o cómo están contadas?” o “¿premiaron realmente la triste quijotería de Iñárritu o su plano secuencia?”. Entonces aparecen películas como Hardcore: misión extrema y de puros prejuicios podemos anularlas, decir que es en vano apostar por la primera persona, si de videojuegos se hicieron películas buenas y viceversa. Además, hay un hombre robótico que sabe usar las armas pero no se trata de Robocop y la megaproducción rusa con actores yanquis a priori no atrae teniendo otros fracasos próximos como Hitman: Agente 47 (protagonistas estadounidenses, director polaco y fracaso mundial). Pero con Hardcore: misión extrema nos equivocamos. La ópera prima de Ilya Naishuller invita a cada espectador a ser el director de su propia película y termina concretando una maravilla visual.
Digna de esas películas que se recomiendan “para verlas en el cine”, el trabajo de filmación, sonido y post producción es magnífico. La sed de venganza va creciendo durante la hora y media del film, en la medida que el verdadero protagonista vacía cientos de cargadores y hace explotar casi todo lo que se cruza en su camino. La damisela en apuros es Haley Bennet y se encarga de presentarnos a Henry, su esposo, al que con total normalidad saca de una especie de incubadora gigante y comienza a ensamblarle las diferentes partes de su cuerpo. Cuando llega la parte de las manos y comienza a adquirir la motricidad, le coloca un anillo que confirma el dato filiatorio. Con el Frankenstein ya consumado y dispuesto a adquirir el habla, se produce una explosión en el laboratorio y un enemigo con una similitud asombrosa con Kurt Cobain rapta a la chica en cuestión y asesina a sus laderos. Ahí comienza la búsqueda y por nuestra parte nos terminamos de calzar el traje de héroe sin memoria, con habilidades supernaturales y, para colmo de males, mudo.
El director no dejó nada librado al azar cuando se puso detrás del lente de la cámara y supo condensar los recursos escena tras escena, no quemó todos los trucos. La prueba piloto de esta película seguramente haya sido cuando se tuvo que hacer cargo de un video de la banda rusa Biting Elbows y resolvió una historia en cinco minutos con el visto bueno de una generación signada por el videoclip y las tomas rápidas. En dicho video nos apresuramos para saltar por un techo o curar una herida infectada pero tenemos el tiempo suficiente para posar los ojos en un escote. Los personajes de Naishuller son por génesis camaleónicos, saben cuándo pasar desapercibidos y cuándo irrumpir a los tiros como talibanes. Siempre cuida la estética y sobretodo el vestuario, aunque no tarde en llenarse de sangre.
Cualquiera puede ser doble de riesgo también, al no contemplar nunca los rasgos más importantes de un personaje, los de su cara; las coreografías y saltos por los aires pudieron estar hechos por cualquier hijo de vecino. La música es primordial para lo que se ve tras los ojos de Henry, cuando llega el súmmum de la batalla y el horror comienzan los acordes de Don´t stop me now (gancherísimo haberlo incluido en el tráiler) y con la música de Queen empezamos a balear a las personas que nos separan del falso Cobain. Y recuperar a la chica, claro. La multiplicidad de personajes de Sharlto Copley es frenética y calza bien con los tonos marcados en el guión, regalándonos también un momento musical buenísimo con un clásico de Sinatra.
Aunque Hardcore: misión extrema cae en algunos clichés propios del género y las referencias de tiempo-espacio a veces nos hacen perder cierto sentido en la cronología, termina dejando un buen sabor. Sabe entretener, asombrar e innovar.