¿Ves lo que yo veo?
En su afán por lo experimental, renuncia a un hilo narrativo que atrape al espectador.
Henry mueve la cabeza y la cámara se mueve con él, incrustada en sus ojos. Ese es el primer experimento de Hardcore: misión extrema, la violenta opera prima del ruso Ilya Naishuller. El mismo director caracteriza su trabajo como un filme rodado “íntegramente en primera persona”. Es decir que todos vemos lo que Henry ve, pero jamás lo vemos a él. Henry mismo es un experimento, suerte de cyborg recién resucitado, con su memoria anulada es incapaz de articular palabra: su batalla comienza justo cuando están por instalarle la voz.
Así transcurrirá ese día frenético para Henry en Moscú, tratando de salvar a la mujer que se identificó como su esposa, y que es perseguida, como él, por Akan, un rubio tirano con poderes telequinéticos que quiere conformar un ejército de cyborgs para dominar el mundo. Vemos todo desde la perspectiva de Henry, en un filme que apuesta a la forma, a los efectos y la violencia, por sobre cualquier intento narrativo. La forma es la narración en esta película donde cuesta distinguir amigos de enemigos.
Podríamos exagerar que se trata de La naranja mecánica del siglo XXI, pero no están ni Anthony Burgess ni Stanley Kubrick, claro. Está Henry, y su historia fragmentaria, su estética de videojuego y su capacidad para matar en una película que apenas construye vínculos, del ambiente siempre difuso, atado a la necesidad de la violencia, un videojuego con el que no podemos interactuar. ¿Este es el mundo en 3D al que tanto le teme el cine? ¿Qué haremos con tanta perspectiva y cámaras testigo?
Hardcore no da respiro. Y es cierto que experimenta, y que a partir de estos experimentos se abre un panorama amplio para la narración, pero falla justamente allí, en esa vieja fórmula del cine, la de contarnos una historia al menos para entretener.