Una puerta a nuevas narrativas
“Hardcore: Misión extrema” quizás pase a los manuales de historia del cine por varias razones vinculadas a sus nuevas formas de realización audiovisual. A los viejos les dirá algo que sea una cinta pensada y realizada por un ruso (Ilya Naishuller) con intereses y locaciones tanto rusas como estadounidenses, algo que hubiese sido raro antaño (ojo con la geopolítica, que se viene, también), con la aparición de un sudafricano de cierta relevancia como Sharlto Copley, el fetiche de Neill Blomkamp con proyección hollywoodense, que figura como productor ejecutivo además de quedarse con el papel más destacado. También es novedoso que haya realizado una campaña de crowdfunding para ayudar a financiarla, tal como lo destacan las gacetillas: se trata de una pujante forma de producción de diversos proyectos, a través de pequeñas colaboraciones a cambio de alguna gentileza.
Pero lo que más se “vende” en los corrillos es la consigna que la disparó: hacer la primera película “en primera persona”, es decir, desde los mismos ojos del protagonista. Esto no es gratuito: hace bastante que entre el repertorio de nuevos lenguajes audiovisuales se encuentran los videojuegos, y por lo menos hace 15 años que han explotado los juegos en primera persona donde se ve la manito de uno mismo sosteniendo algún bufoso con el que hay que exterminar una serie de enemigos que explotan y sangran, con la opción de jugar en red y que esos personajes sean otras personas. “Quake”, “Duke Nukem”, “Counter Strike” (juego que inauguró la moda de torneos internacionales) y por estas épocas “Last of Us” son parte de ese linaje (algunos nostálgicos recordarán un ancestro en el arcade de “Terminator 2”, así que el cine vuelve en un bucle).
Si las novedades en las formas expresivas surgen de los cruces con nuevos lenguajes audiovisuales, también pasa eso con algún recurso técnico que permita mostrar lo que antes no se podía. Ya cuando comentamos “Terror en el bosque”, la reciente película de found footage de Eduardo Sánchez (uno de los creadores de “The Blair Witch Project”), marcábamos la irrupción en el cine de ficción de las cámaras deportivas, cuya cúspide es la GoPro Hero 3. Estos aparatitos ya estaban en la filmación de conciertos y en documentales, y sólo era cuestión de tiempo su llegada a la ficción.
En el caso de la película de Naishuller, las GoPro se montaron en un casco, permitiendo que un intérprete/camarógrafo sea parte de la acción. Esas cámaras deforman la imagen hacia los lados, pero los creadores cuentan con que el público está acostumbrado a ver videos de aventureros tirándose en bicicleta por un puente y pegándose un porrazo que lo vuelva todo confuso. Así que ese lenguaje visual es parte de la partida.
A cuetazo limpio
En cuanto al argumento, Naishuller se divierte con un recurso que sólo puede servir para una sola vez: armar una trama que parezca la que motoriza a los citados juegos. Entonces tenemos un planteo inicial, misiones intermedias, un personaje “facilitador” (dirían los viejos formalistas, también rusos) y un crescendo hasta una batalla final. En el medio, hay que sobrevivir el acoso de decenas de enemigos en distintos escenarios (calles, interiores, naturaleza), algunos reconocibles y otros insospechados, abatiéndolos de las formas más violentas.
La historia arranca con un tal Henry viendo su despertar en un ambiente líquido (la escena inicial de “Ghost in the Shell” de Mamoru Oshii, con la música de Kenji Kawaii, era mucho más bonita). Descubrimos que está siendo resucitado como ciborg por su esposa, una rubia llamada Estelle. Antes de que le instalen el módulo de voz, el lugar donde están (que resulta ser una plataforma flotante sobre el cielo de Moscú) es atacada por un tal Akan, un villano de cómic de superhéroes, de pelo platinado e inexplicada telequinesis, que parece ser el que casi destruyó a Henry. También tiene intenciones de tener un ejército de ciborgs reanimados, dice Estelle, que (para hacerla corta) es secuestrada por el malandrín. Ahí, Henry empezará una odisea para rescatarla, guiado por un misterioso personaje llamado Jimmy, que se le aparece en diferentes encarnaciones (linyera, cliente de burdel, hippie), volviendo de más de un balazo.
Hasta acá todo parece apuntar a algo aburrido. Pero la trama guarda varias sorpresas, y no podemos dejar de pensar aquí en Phillip K. Dick. Porque el escritor más pesimista de la ciencia ficción le transmitió al cine (entre varias de sus preocupaciones) la de las memorias implantadas y las dudas sobre todo aquello que creemos que somos: “El vengador del futuro”, “El pago” e “Impostor” sean algunas de las mejores adaptaciones de esas ideas. Digamos que por ahí va la picardía que meten Naishuller y el coguionista Will Stewart. Y lo dejamos ahí, para dar intriga y no quemar el relato.
Un loco lindo
Como se supondrá, no es una película para el lucimiento actoral. Y sin embargo Copley logra que su Jimmy sea un personaje tan bizarro (y en algún punto querible) como los que suele realizar en las cintas de Blomkamp, con su característico acento afrikaaner. El resto acompaña: Danila Kozlovsky como el esquemático Akan, Haley Bennett (estadounidense con varios secundarios en el cine de su país) como Estelle, Andrei Dementiev como el villano Slick Dmitry (aparentemente es uno de los que hizo de Henry), junto con una aparición de Tim Roth como para dar un poco de corte. Por ahí, también aparecen dos beldades de la Madre Rusia, como Svetlana Ustinova y Darya Charusha, que además es la compositora de la música y la esposa del director (y bueno, todo queda en familia).
El resultado de todo esto puede gustar a algunos y parecer una pavada violenta para otros. Lo que no podrán negar es que Naishuller abrió las puertas a nuevas narrativas, en un “arte industria” que desde hace un tiempo peca de acuartelarse en las seguridades de lo conocido.