Tres amigos demasiado solos
Nunca se extrañó tanto la ausencia de los grandes nombres del cine inglés que dieron vida a los distintos personajes de la saga y que aquí ya han desaparecido, o aparecen apenas muy fugazmente, reducidos casi a la situación de meros cameos.
Cada vez más dirigida a los incondicionales de la saga, esta séptima entrega de Harry Potter tendrá valor solamente para los iniciados, pero puede llegar a ser tan mortífera como Lord Voldemort para todo aquel que no ingrese a la sala ya rendido de antemano ante los personajes creados por J. K. Rowling que han hegemonizado la cultura infanto-juvenil de los últimos tres lustros. Tan es así, tanta es la confianza en la franquicia y en la fidelidad de sus seguidores, que el último libro de la serie ha sido dividido en dos para su versión cinematográfica y aquello que por ahora se puede ver –con un final más que abierto: directamente trunco– es apenas la primera parte de un todo que recién tendrá su continuación en... ¡julio del 2011!
El comienzo es claro: Hogwarts y el Ministerio de la Magia están bajo el control absoluto del Amo de las Tinieblas, que ha instaurado una dictadura de inspiración nazifascista. Y Harry, el único que puede revertir la situación y derrotar a Lord Voldemort, como lo viene intentando desde hace tiempo, está en peligro, más que nunca antes en su vida. Lo cual es decir mucho. Cuidándole las espaldas se presentan sus leales amigos de siempre, pero con una baja de proporciones: ya no está el venerable Dumbledore, su guía y mentor, eliminado en el libro-película anterior. Y los pocos fieles que quedan también van menguando, lo cual es más un problema para la película que para Potter.
Lejos del siempre variado escenario escolar de Hogwarts, que Harry ya no puede pisar, y perseguido en pleno centro de Londres por unos mortífagos que ni siquiera respetan las fronteras entre el mundo real y el de la magia con tal de aniquilar al Elegido, esta primera entrega de Las reliquias de la muerte transcurre en su mayor parte en digitalizados bosques, colinas y praderas donde Harry, Ron y Hermione se refugian de la ira de Voldemort, mientras intentan descubrir y destruir las “horrocruxes”, esos talismanes de los que se vale el maldito para consolidar su oscuro reinado. Pero –y ahí está el problema– los chicos están demasiado solos durante gran parte del metraje. Y ya se sabe hace rato, desde que dejaron de ser adolescentes y siguen queriendo pasar por tales: si hay algo que Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint no tienen es carisma, gracia, encanto. En fin, magia...
Nunca se extrañó tanto la ausencia de los grandes nombres del cine inglés que dieron vida a los distintos personajes de la saga y que aquí ya han desaparecido, o aparecen apenas muy fugazmente, como el Severus Snape de Alan Rickman o el Hagrid de Robbie Coltrane, reducidos casi a la situación de meros cameos. La única que le saca un poco el jugo a su brevísimo paso por la pantalla es Helena Bonham-Carter, más loca que nunca como la siniestra Bellatrix Lestrange.
¿Un momento a destacar? El relato que lee Hermione referido a las reliquias de la muerte del título y que son ilustradas por una inspirada secuencia de animación, realizada a la manera del cine de siluetas de la pionera alemana Lotte Reiniger, autora de las legendarias Aventuras del Príncipe Achmed (1926). Son apenas unos pocos minutos, pero en ese tramo creado por el animador suizo-británico Ben Hibon se respira un aire artesanal que oxigena un producto por lo demás demasiado sintético.