Se avecina la tormenta...
El Ministerio de Magia ha caído. Con Harry Potter (Daniel Radcliffe) en la mira de Lord Voldemort (Ralph Fiennes), ningún lugar es seguro para él, su familia muggle o sus amigos. Harry, Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson) deberán emprender en solitario un viaje casi a ciegas para encontrar, reunir y destruir los horcruxes que el Señor Tenebroso creó para preservar todo su poder. Saben que si él los encuentra primero, se volverá prácticamente invencible. Mientras buscan, se topan accidentalmente con un extraño símbolo que se repite en distintas latitudes y objetos. Pronto sabrán que su significado está ligado de manera misteriosa al propósito final de Voldemort: apoderarse del mundo y gobernarlo mediante la magia, sometiendo a cualquier no-mago o mestizo a la esclavitud, tortura y muerte.
Más oscura, más tortuosa y menos ingenua que nunca, regresa la franquicia que más público había logrado reunir en los últimos diez años. Viene para despedirse: sus personajes ya alcanzaron una madurez extra-adolescente, y si bien hasta el momento apenas incursionaron en tibios romances que no llegan a calentar pantalla, su crecimiento es palpable y juega en contra del verosímil.
Ante todo, hay que dejar bien claro que es casi imposible plasmar en un filme estándar de dos horas y media todo lo que J. K. Rowling dejó sin aclarar en los seis libros previos y que se resume bastante ajustadamente en la séptima entrega. El despliegue visual y el timing del celuloide se suman en este caso a la necesidad del mercado para que el último volumen de la historia del mago infanto-adolescente llegue a la pantalla grande como dos películas en lugar de una sola. Como toda decisión de este calibre, tiene sus pros y contras a la hora de un balance final. También es sumamente difícil evaluar una historia que no concluye en el último cuadro del metraje, sino que continúa de aquí a algunos meses más.
Como sea, hay que destacar que a nivel cinematográfico las películas de Harry Potter han sabido evolucionar junto a su público. Quizá tenga que ver con el hecho de que su autora tuvo el ¿acierto? de ajustar los volúmenes venideros (del 4 al 6) en función de las películas que se iban filmando y estrenando año a año. Quizá. Es innegable que la tónica de rotación de directores se agotó en la cuarta entrega con Mike Newell, y la irrupción de David Yates ancló con bastante solidez una franquicia que tambaleaba. Esto trajo algunos pros y contras, a saber: lo que director y guionista no consiguen cambiar para su mejor comprensión audiovisual, lo omiten.
Esto se percibe de manera muy marcada en lo tocante a los personajes secundarios, algunos extremadamente valiosos para el interés de la trama, cuya participación va declinando con el correr de los filmes en detrimento de una mayor presencia del trío protagónico. Sin ir más lejos, lo que diferencia significativamente a "Las reliquias de la muerte" de sus predecesoras. Algunas transiciones no se explican (la aparición y desaparición sin mayores explicaciones de algunos de los integrantes de la numerosa familia Weasley es un buen punto), se pierden inevitablemente y por acción del tiempo las referencias a los filmes anteriores (fundamentales para comprender cuáles van a ser los cabos a atar en esta última entrega). Estos dos indicios resumen por qué esta última película es la más fallida de todas en cuanto unidad narrativa, ya que cuanto más se ata al libro, pierde su cualidad de subsistir independientemente de la estructura general. No se puede decir que no haya sido una circunstancia largamente anunciada, pero al menos hasta la cuarta película había una posibilidad de análisis individual de cada filme.
Salvando estos detalles, se trata de un filme que cinematográficamente, desde lo narrativo y el tratamiento argumental, se impone a la última entrega aproximándose a la calidad que el director ya había conseguido en "Harry Potter y la Orden del Fénix". Afortunadamente, en esta ocasión David Yates cuenta con una mejor puntería por parte de Steve Kloves para llegar a arañar la calidad de la quinta entrega de la saga. Es de esperar un final por todo lo alto, si se mantiene esta calidad y el ritmo de los últimos treinta minutos. Hasta entonces, se puede considerar con reservas el producto terminado ya que en esta cinta, a diferencia de sus predecesoras, los clímax están demasiado medidos para considerarlos efectivos.