Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 1

Crítica de Martín Fraire - País 24

Los tres mosqueteros

Hay algunos casos en los que reflexionar sobre un film es sólo una excusa para hablar de ciertas cuestiones que hacen a su cometido en general. Porque, seamos sinceros: poco le puede importar a los fanáticos lo que se diga sobre la saga Harry Potter; siempre elegirán disfrutar fundidos en sus falsos anteojos redondos.

A decir verdad, la primera parte del séptimo y último libro tiene todo aquello que convirtió al personaje de J. K. Rowling en un fenómeno de masas con pocos precedentes. “Llegará el día en que todos conozcan el nombre de Harry Potter” anunciaba proféticamente uno de los personajes en el primer film, tal vez sin imaginar (intenciones de productoras aparte) lo que provocaría en una generación de jóvenes que consumieron sus libros y películas casi de manera religiosa.

Pero hay una apuesta que bien podría ser destacada en esta Harry Potter y las reliquias de la muerte. Por primera vez, el peso de la película (por ende, de la franquicia) cae en manos de Radclife, Wattson y Grint: es decir, en Potter, Hermione y Ron respectivamente, a quienes vemos en el 90% del metraje en la pantalla. Esto implica que, mirando con un poco más de cuidado, la saga entera es sobrellevada por tres adolescentes que simulan ser personajes de ficción y no son más que chicos con la responsabilidad de conformar a todos. Pensándolo así, tal vez podríamos decir que los jóvenes actores no caen tan mal parados.

En esta antesala del final anunciado para julio de 2011 -es decir, la primera de la última parte- Harry y sus amigos deben escapar de las garras de Voldemort, quien se ha apoderado de la escuela de Howarts, mientras se encargan de destruir los Horrocruxes, fragmentos del alma que contienen todo el poder del señor tenebroso; tarea que habían emprendido con el ya desaparecido Dumbledore.

Con una puesta en escena mucho más arriesgada (los personajes se transportarán por todo Inglaterra), este séptimo film prácticamente suprime a los personajes secundarios a quienes sólo les otorga sendos cameos durante todo el metraje.

En este sentido, Las reliquias de la muerte mantiene el suspenso, la oscuridad, y hasta la violencia que el director David Yates había impuesto en El misterio del príncipe. Metáfora literal del difícil paso de la infancia a la adolescencia que afrontan los personajes, el arriesgado cambio que supone la dictadura impuesta por Lord Voldemort (que al igual que en la reciente La leyenda de los guardianes, establece un paralelo con el nazismo durante la Segunda Guerra) logra buenos momentos dramáticos, tal vez mucho más difíciles de digerir que aquellos primeros films donde la importancia estaba en los partidos de Quidditch.

Con una esencia que respeta al máximo los puntos fuertes que hicieron de las películas de Harry Potter un fenómeno a gran escala, esta cinta no es más que el preludio -estiramiento innecesario cuyo único argumento real es la máxima explotación comercial- de algo que está por venir. Es decir la antesala del clímax cinematográfico que supuestamente significará la segunda parte de Las reliquias de la muerte.

Por el resto, un constante detenimiento en detalles del mundo de Rowling que, para aquellos que no somos más que espectadores casuales de esta saga, resultarán sin duda apabullantes, abrumadores y hasta confusos. Pero claro, comercialmente hablando, la necesidad de recordar, revivir, rememorar o consultar por vez primera los seis films predecesores, llevan a un calculado circulo vicioso marketinero.

Harry Potter y las reliquias de la muerte parte 1, respeta en esencia aquello que los fanáticos esperan ver sin ofrecer nada de más. Aquel que a estas alturas elige entrar a la sala es porque o bien sigue la historia desde el principio, o está dispuesto a dejarse “hechizar” por ella.

Todo espectador que prefiera mantenerse al margen sabe perfectamente que en vano es rechazar el impacto mediático -y literario- que el pequeño mago ha causado. En ese caso, será preferible mirar de costado cómo colas y colas de adolescentes llenan las salas una y otra vez, entendiendo que el cine también es un espacio de recreación, imaginación y consumo. Ni más ni menos.