Los tres mosqueteros
Tenemos un contrera fuerte de Harry Potter en la redacción de Fancinema. Es Mex Faliero, quien leyó los dos primeros libros de la saga (y no quedó muy fascinado que digamos) y que vio todos los filmes, de los cuales sólo rescata en su totalidad al tercero, El prisionero de Azkabán. Sí, tienen razón, es una mala persona, un ser detestable, corrompido por la insensibilidad.
Bueno, en realidad no. Si han leído antes algunas de sus críticas, saben que ha defendido contra viento y marea al sello Pixar, con una dulzura en sus textos que últimamente se encuentra muy poco en el ámbito de la crítica cinematográfica. La verdad de la milanesa es que el tipo tiene sus razones. Y que el que escribe no es exactamente un observador neutral. Es más, es un fana absoluto de Potter.
Una de las variables del disgusto de Mex pasa porque ve a Potter como un vehículo literario que anula lo fascinante del mundo mágico y lo termina burocratizando. Esa mirada es válida, pero tengo que respetuosamente disentir. J.K. Rowling utiliza el vínculo con la realidad y la normativa precisamente como contraste, como forma de resaltar la fantasía y lo maravilloso, los elementos que se destacan frente a lo rutinario. Pero, lo más importante, Rowling demuestra una creencia a prueba de balas en otros tipos de magia, que van más allá de lo literal: la de la amistad, el compañerismo, la camaradería, la voluntad de lidiar con la pérdida, la coherencia, la construcción de una identidad heroica, el amor, el proceso de maduración. Su Harry Potter es también un largo ensayo sobre los diversos grados de libertad: los individuos que sobresalen, los verdaderos héroes, son los que comprenden la esencia de la normativa mágica, los que construyen a partir de ellas o los que deciden violentarlas productivamente para armar algo completamente nuevo, siempre en pos de lo colectivo. Los villanos, en cambio, persiguen siempre un fin individualista, opresivo y represivo.
Y si esto último parece tender hacia lo político, los últimos tres libros de la saga definitivamente construyen un entramado ideológico fuerte, con unas cuantas reminiscencias a lo que fue el ascenso del nazismo. De hecho, Voldemort guarda más de una similitud con Hitler: es un ser dispuesto a todo, que con tal de cumplir su objetivo no reconoce barrera ética ni moral, que va cooptando miembros y acumulando poder en base al miedo, pero también la conveniencia. Es verdad que por momentos Rowling patina y cae en ciertas obviedades, pero aún así su discurso es arriesgado y poderoso, usando incluso la violencia como modo de reflexión.
La primera parte de Las reliquias de la muerte, al igual que su símil literario, no se recuesta cómodamente en el éxito garantizado y los aluviones supuestamente acríticos de los fanáticos -que no lo son tanto, la pottermanía tiene sus núcleos duros, que piden grados altos de excelencia-, dispuestos a ir en masa a ver a su héroe, a su prócer. Al contrario, usa ese factor como plataforma de despegue para correr riesgos estéticos y narrativos, de los que en su mayoría sale airosa. En muchos pasajes trasciende la mera ilustración, busca un estilo propio y cuenta su propia historia, respetando básicamente el espíritu de la novela. Es llamativo el balance en la película entre espera y acción, entre quietud y estallido, entre espacios abiertos y cerrados, entre secuencias hilarantes y definitivamente tristes. Y también entre planos generales y planos cortos, entre la utilización de la steady cam y la cámara en mano, entre la modelación de escenarios plagados de efectos especiales y los crudamente realistas. Hay que admitir que por momentos se estira demasiado en vez de ir a los bifes, pero deben ser pocos los tanques que manejan de este modo las variables temporales y espaciales.
Sin embargo, Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte I) es, primariamente, un filme sobre jóvenes solos, en una paradoja, siendo perseguidos por todas las fuerzas malignas y persiguiendo la chance de vencer a Voldemort. Harry, Ron y Hermione pasarán a la historia -tanto cinematográfica como literariamente- como personajes que consiguen asentarse en el mundo a partir del sostén mutuo, del complemento, incluso de la confrontación o el conflicto. Son tres, pero también uno. La tensión sexual no sólo es entre Ron y Hermione, también es entre Harry y Hermione, e incluso entre Ron y Harry -por eso es asimismo lógico que Harry termine enamorándose de Ginny, la hermana de su mejor amigo-. Y esa tensión, los cruces de miradas, las manos a punto de tocarse, los abrazos que son mucho más que abrazos, lo que se dice y lo que todavía se calla -y que, esperamos, se diga en voz bien alta en la última parte- es amor. Sí, este producto de doscientos millones de dólares también está construido con amor, porque es, primero y principal, una fábula sobre jóvenes aprendiendo a amar.