Magia negra
En Mar del Plata NO se estrenó Harry Potter, y un pequeño cinéfilo indignado pasó por la puerta del Ambassador, sede del Festival, y gritó sacando la cabeza por la ventanilla: ¡¡¡Harry Potteeeeeeeeeeeeeeeeeeer!!! Pero mientras tanto, en Buenos Aires, nuestro experto Santiago asistía al estreno y acá nos cuenta lo que pudo pensar en medio de los gritos de las chicas.
Antes que nada, comento mi relación con el universo Potter. Allá por el año 2000 recuerdo haber leído Harry Potter y la piedra filosofal, y quedé enganchado, tanto que no sólo me compré inmediatamente el segundo libro, sino que esperé ansiosamente el estreno de la primera película (que por lejos es la peor de toda la saga). Para cuando llegué al tercer libro, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, empecé a distanciarme del mundo del joven aprendiz de mago. Lo que siento con los libros de Potter, y que de alguna manera se extiende al universo cinematográfico, es que J.K. Rowling intenta crear una mitología tan compleja alrededor del personaje principal, con una innumerable cantidad de personajes y elementos que aparecen y desaparecen de las historias, que al final me cansé y abandoné la lectura por el cuarto libro. Total, si las películas son adaptaciones bastante fieles a las novelas ¿para qué me iba a molestar en seguir leyéndolas?
Por suerte, ese problema fue fácilmente solucionado en el traspaso a la pantalla grande. Es realmente admirable en ese sentido el trabajo del guionista Steve Kloves (autor de todas las películas de la saga), que logra condensar tanta información y hacerla fácilmente digerible para el espectador que no se haya leído los libros millones de veces. Es que Kloves decide concentrarse en lo que Rowling, a medida que pasaron los libros, pareció olvidar. Lo mejor de esta saga no pasa por los hechizos, las varitas mágicas o los partidos de Quiditch. Lo que más nos atrae de Harry Potter es la relación que se va desarrollando entre Harry, Ron y Hermione, y cómo se va complejizando esa amistad a medida que avanzan las historias.
En Las reliquias de la muerte Parte 1, esta relación entre el trío protagonista llega a un punto de inflexión importante. El comienzo de la película, en el que vemos a cada uno separándose de sus respectivas familias (lo más duro es ver a Hermione borrándose de la memoria de sus padres) da la pauta del grado de madurez al que han llegado los personajes. Son tiempos oscuros los que se aproximan para ellos, con Dumbledore derrotado y Voldemort al mando del universo de los no muggles, y el camino que se aproxima estará lleno de pérdidas y de dolor. Hemos acompañado durante casi una década a Harry desde los momentos de máxima felicidad –cuando descubría Hogwarts por primera vez- hasta hoy, donde la oscuridad se adentra cada vez más en su interior, y su amistad con Ron y Hermione será puesta a prueba.
A diferencia de las películas previas, en Las reliquias de la muerte ya no somos sometidos a la clásica estructura narrativa en la que Harry vuelve a Hogwarts y encuentra un misterio particular que debe resolver. La acción ahora transcurre en las afueras, en donde el trío deberá encontrar los horrocruxes que contienen el alma de Voldemort y destruirlos, mientras los persiguen los secuaces del villano. Esta nueva estructura permite que pasemos más tiempo junto a ellos mientras acampan y discuten como continuar la búsqueda. Así, los celos y la tensión entre los amigos vuelven al relato mucho más interesante que la típica historia dentro de la escuela que sucedía en los episodios anteriores, y es aquí también donde los actores se ponen a la altura de la oscuridad que la historia requiere. Sobre todo Ron, que antes cumplía la mera función de ser el comic relief de la saga.
Pero pese a estas mejoras en lo narrativo, todavía persisten algunos problemas en el mundo cinematográfico de Potter. En primer lugar, ¿me parece a mí o esta es la saga con mayor cantidad de McGuffins en la historia del cine? No me gusta cuando se empiezan a acumular Horrocruces, Piedras filosófales, Cálices de Fuego o en este caso, reliquias de la muerte, como mera excusa para hacer avanzar la acción. Es un recurso fácil que nos distrae de la atracción principal que es el desarrollo de los personajes, y hace que la historia se asemeje a un videogame como el Zelda en donde hay que encontrar tantos objetos mágicos para pasar de nivel. Otro problema son los personajes adultos. Es una lástima ver a los mejores actores de Inglaterra apareciendo pocos minutos y diciendo no más de cinco líneas, como es el caso de Bill Nighy, un actorazo condenado a decir un par de frases y morir fuera de cámara. Estos reparos ya se notaban en los últimos capítulos, y poco han hecho tanto Kloves como el director David Yates para solucionarlos.
Es una sensación rara la que tenemos cuando la historia llega a su final. Primero sentimos que fuimos estafados, por haber sido espectadores no de una película completa sino de la mitad, y va a ser necesario ver el desenlace para saber si la decisión de dividirla en dos partes es acertada. Pero al mismo tiempo, es tan largo y complejo el viaje que hicimos junto a Harry a lo largo de siete películas, que no nos queda otra que esperar con ansiedad a junio del 2011 para poder presenciar la conclusión definitiva. ¿Esto quiere decir que los creadores hicieron bien su trabajo, o que estamos hartos y queremos que de una vez por todas se termine este fenómeno? Quizás haya un poco de las dos cosas.