Nada es para siempre, cierto, pero la saga de Harry Potter puede aspirar a esa módica eternidad que ofrece la memoria agradecida de toda una generación. La figura del aprendiz de mago se convirtió en un fenómeno de época que duró 10 años. Como todas las precedentes, la última película es digna de los libros que la inspiraron: un relato visualmente majestuoso y fielmente adaptado, tanto a la imaginación de su creadora, J.K. Rowling, como a la edad de sus espectadores.
Las reliquias de la muerte 2 tiene mucha más acción que la primera parte. Desde el principio, los tres amigos, Harry, Hermione y Ron, se ven envueltos en vertiginosas peripecias que derivan en nuevas peripecias. Entre todas, se destaca la escena del dragón blanco, la criatura más creíble de esta fauna fantástica que ha dado el cine hasta el momento. En una secuencia sublime, tras huir por la bóveda del edificio donde estaba cautivo, el dragón, que está herido y famélico, escapa con los tres chicos en un vuelo torpe y desesperado por el cielo de Inglaterra.
El combate final entre Voldemort y Potter es inminente y esa inminencia aparece en forma de signos constantes: visiones, temblores, voces espectrales. En ninguna de las películas anteriores el villano interpretado por Ralph Fiennes y su inmensa serpiente aparecen tanto tiempo en pantalla. Su figura repele y fascina. Como el mal que encarna es una fuerza que lo atraviesa, nunca deja de percibirse un núcleo de debilidad en él. Su poder lo condena.
La tensión aumenta a cada instante porque las dos líneas que ha trazado el destino están a punto de chocar. Sin embargo, pese al ritmo acelerado y a los pasos de comedia que tratan de descomprimir la tragedia, hay una atmósfera de luto que domina todo. Esa atmósfera se impone aun cuando, tras los combates en la escuela de magia, los cadáveres son mostrados en planos impersonales, como si el director quisiera restarle contenido dramático a la muerte.
Pero no importa cuánto se pueda atenuar en términos visuales, la muerte es el tema de Harry Potter y como tal tiene un peso específico constante. No se trata de la muerte entendida como el final de la vida (de hecho en ese universo de magos hay diversas formas de trasmundos con sus correspondientes fantasmas y espectros). Se trata de de la muerte entendida como imposibilidad. La convicción que se desprende de la saga es una confianza en los poderes de la vida, una vida más amplia y más intensa, plagadas lugares, objetos y seres maravillosos, una vida a medio camino entre las pesadillas y los sueños de los que uno no quisiera despertar nunca.