Miles de millones de dólares de recaudación, fans alrededor de todo el mundo con un nivel de fidelidad da envidia a otras sagas y sus creadores. Siete libros, ocho películas, incontables textos sobre el personaje y su universo. Un éxito centrado en la lógica de la industria del entretenimiento que, sin embargo, no tuvo en sus versiones cinematográficas una esperable regularidad a la hora de la calidad.
Pero el cierre del mega relato, el fin de ciclo que marcan estas Reliquias de la muerte son una buena noticia para quienes no militan en el partido de los talilbán potterianos. El film, dirigido por David Yates -al igual que la parte anterior, así como El misterio del príncipe y La orden del fénix- trabaja sobre la idea del círculo cerrado en torno a la aventura que encuentra su clímax final, más cerca de lo que fue el planteo del capítulo final de The Lord of the Rings que de otras sagas filo-épicas.
Tenemos aquí a un Harry maduro, incluso con comportamientos y actitudes que lo muestran aún más adulto que en la entrega anterior (ubicada en un mismo ciclo temporal), de 2010. Cada una de las decisiones que debe tomar lo acercan a una mayor severidad, a medida que pasan los minutos y el dramatismo de la narración se va agravando. Una montaña rusa pesadillezca lo lleva (junto a sus inseparables Ron y Hermione) al riñón del miedo, del cual (¿es necesario aclarar?) sale airoso aunque con golpes a su ego heroico.
Pero Potter y su varita todo lo pueden, incluso una pelea jedi style con el gran villano del cuento, Lord Voldemort (Ralph Fiennes, lo mejor del film) con quien mantiene una batalla final apoteótica y que sin dudas formará parte de cualquier antología visual que pudiera realizarse sobre la saga.
El resto es un buen armado de secuencias de acción y aventura que no escatiman morbo intenso y persistente, regado por imágenes que le dan una intensidad poco habitual a la aventura, hasta ahora ATP pero aquí con un pie en el gore. Lo cual, estimados freakkies, no está nada mal para iniciar a los benjamines de la familia en nuestro querido mundillo de cinefilia demencial.
¿La mejor película de la saga? No, no es para tanto, pero puede ubicarse con comodidad en un segundo escalón debajo de la potente El prisionero de Azkaban (Alfonso Cuarón, 2004). Lo que sí, y no hace falta bucear demasiado para encontrar certezas, puede que no pasen mucho tiempo hasta que nos encontremos en el cine algún nuevo estertor de este exniño y ahora adulto mago del anti-heroísmo.