Harry des-cargado
Cierre de una saga taquillera y de dispar suerte artística, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2 (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2, 2011) satisfacerá a los más “entendidos” en el universo del joven mago. El relato es fluido, pero por momentos pierde fuerza y algunas secuencias de acción son francamente rutinarias.
Difícil imaginar el correlato de una enseñanza como la de Harry Potter en el mundo real. Por más que algunos alumnos padezcan falta de gas, déficit en los programas educativos, y demás males tristemente contemporáneos, ¿cómo trasladar una épica como la de Potter a nuestra realidad? Al aprendiz de brujo le pasó de todo, desde que era bebé debió cargar con la señal de un enfrentamiento atroz que lo marcó -literalmente- de por vida. Años y años de enigmas y situaciones terribles, que hicieron de su naturaleza humana una verdadera parábola de la resistencia. Pero, claro está, desde la más absoluta ficción. Y allí justamente reside, como en todo relato fantástico, el salto a nuevas constelaciones imaginarias, al placer por la creación pura y la fascinación que despliegan los relatos no realistas. Y la historia tiene todos los requisitos para atraparnos y llevarnos a ese territorio a través de siete libros. Cada uno, abocado a un año de educación mágica.
En Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2 la Orden del Fénix sigue trabajando -como puede- en la lucha contra Lord Voldemort y sus seguidores, mientras Harry, Ron y Hermione hacen el trabajo más “fino”. En la escuela de Hogwarts, el profesor Severus Snape (gran trabajo de Alan Rickman) es ahora director, tras haber asesinado a Albus Dumbledore. Pero los alumnos lejos están de las tareas de aprendizaje, se las arreglan como pueden: primero se sublevan y luego se suman a la lucha contra el mal.
Las transposiciones siempre suponen una sustracción y una modificación. En la saga hubo más de la primera que de la segunda. Si la última novela devino en dos películas, más allá de la explotación económica, hay que encontrarle una justificación narrativa. Que la hay. La primera parte trabajaba sobre lo conspirativo, lo conjeturable, alcanzando así climas ominosos y tensiones dramáticas a tono con la fotografía de un gris exasperante. En esta segunda parte todo está subsumido a la acción, y a la dilatación de tiempos condensada en el avance de Voldemort y en la eliminación de los horrocruxes, elementos en donde el malvado encuentra la forma de subsistencia.
No exenta de buenos trabajos actorales (al ya apuntado, hay que agregar las composiciones de Maggie Smith y Helena Bonham Carter), los defectos de esta última entrega hay que buscarlos en la poca pasión que transmiten los protagónicos, sobre todo en Daniel Radcliffe (Harry), quien entrega el beso menos atractivo de la historia del cine. Tampoco son asombrosas las secuencias de acción. Algunas son “correctas”. Mientras que en las primeras partes era llamativo el propio mundo ficcional (que la autora, J. K. Rowling, inventó con admirable detallismo), aquí con eso no basta. Los personajes secundarios más relevantes de las películas anteriores apareces desdibujados, y el relato incurre en el defecto de la mera aparición, como para recordarnos que “allí siguen”.
A diferencia del film anterior, en donde Yates impuso un estilo (algo que logró con creces Alfonso Cuarón en la tercera película), aquí parece ser convocado por “oficio”, dejando al descubierto que su manejo del suspenso es más elogiable que la disposición de persecuciones y masacres. Como nunca antes, quedó demostrado que los procedimientos literarios necesitan de una lectura y no un simple pase y ajuste. Y frente a eso, no hay magia que funcione.