Podría ponerle cualquier nombre, da lo mismo, lo único para festejar es que por fin, eso espero, se termino. Parece ser que esta es la última entrega de una saga que le dio muchos dividendos a los productores, pero que le hizo mucho daño al cine como arte, y todavía no podemos vislumbrar las consecuencias en los miles de fanáticos que quedaron atrapados.
Pero estos están dados por las terribles y millonarias campañas publicitarias, no por los logros ni de los libros ni de las películas, de una mediocridad que asustaban. ¿Que fueron 7 libros, 8 películas en 10 años? Ahora que lo pienso, menos mal que no fueron 6 con 7 en 8 años, sino algunos me podrían tildar de antiK. (yo no lo voté).
Como decía el gran realiador japonés Akira Kurosawa, “es muy posible hacer una mala película de un buen guión, pero es imposible hacer una buena de un mal guión”, y este axioma se cumple aquí, y en toda la serie, a rajatabla, por supuesto que con altibajos. Posiblemente la dirigida por Alfonso Cuaron se la más rescatable, la menos de producción y la más autoral, pero tampoco llega a ser una gran obra, sólo un poco mejor que sus predecesoras y, a la postre, lo mismo respecto de las sucesoras.
En esta parte 2 de “las reliquias de la muerte” lo primero que se pierde es la “magia”, entendido esto como sorpresa, pues nada sorprende, todo circula desde lo correcto técnicamente a lo previsible narrativamente. Es así que a medida que avanza el relato, esto es una forma de decir, bastante benévola de mi parte, la falta de construcción, la repetición constante de situaciones y escenas que no aportan nada nuevo, no hay una progresión dramática, no hay nueva información, como que todo esta dicho, sólo falta el desenlace, y este se hace esperar a lo largo de más de dos interminables horas.
En su favor hay que decir que no se midieron en gastos, sobre todo a la hora de contratar actores, desde el gran Alan Rickman, la sorprendente Helena Bonham Carter, o la insustituible Maggie Smith, hasta es destacable la composición que hace Ralph Fiennes como el malvado Lord Voldemort, siendo este un personaje como todos los demás con muy poco desarrollo y menos vuelo, pero que, a diferencia de los otros grandes actores, él aparece mucho tiempo en pantalla y parecería que a cada plano de exigencia le encuentra un detalle para no repetir gesticulaciones o posiciones corporales, lo que mayormente hace un buen actor, obedeciendo o no a las directivas del director, cuando lo hay.
El punto es que hace anclaje salvaje, en el sentido de enterrar el ancla y que el barco, en este caso el filme, no se encuentre flotando en aguas que fluyan, el problema que se suma es que aquí el protagonista Daniel Radcliffe nunca hace creíble al personaje, ni en esta ni en ninguna otra de la saga, sólo que antes podía disimularlo con la ingenuidad o la simpleza de la mirada. Tampoco lo ayudan demasiado sus fieles compañeros de travesuras, empezando por Emma Watson, la dulce niña, que se convirtió en una muy bella joven, cuyos encantos la transformaron en una sexy partenaire sin necesidad de ningún toque magia para seducir a nadie, pero con muy pocos recursos explícitos actorales, no hay mascaras ni expresividad corporal. En este punto debería aclarar que la sensación transita más por el personaje que por la actriz.
El otro compañero, el joven Rupert Grint encarnado al pelirrojo Ron Weasley, es el que mejor parado sale de la saga, como mostrando que va teniendo recursos de actuación y los pudo demostrar, aunque más no sea a cuenta gotas.
El pobre de Harry desde que nació debe luchar por sobrevivir. El bueno por definición debe hacerle frente a los malos por antonomasia, y todo el tiempo es lo mismo, la lucha entre el bien y el mal, y otra vez, y otra vez.
Para que al final, cuando ya casi queda definida la historia, los responsables tengan la necesidad que un personaje cuente todo verbalmente, redundantemente.
La última escena, si es que al postre le faltaba la frutilla, todo lo que demuestra es una gran falta de respeto por el público, su público, esto dicho en el orden de estructura narrativa, donde no se toma en cuenta ni el paso del tiempo ni la modificación de los espacios a través de este, ni la evolución de nada. Total quien se va a dar cuenta