No más Harry Potter
Desde mi experiencia personal debo destacar que durante todos estos años padecí la saga de Harry Potter casi en su totalidad. Como cinéfilo empedernido, de esos que a veces no utilizan un filtro a la hora de seleccionar qué ir a ver y muchas veces dejan de lado valiosas propuestas por la falta de tiempo, la errónea elección muchas veces se hace bien visible. Es así como tuve que (empleando un término bastante utilizado en la actualidad, que bien sirve para expresar lo que siento de esta saga) “fumármela”.
Pero he aquí la diferenciación y mea culpa. Dentro de los ocho films que conformaron la saga únicamente dos de ellos, a mi parecer, contaron con características atrayentes, sinceras y dignas de una saga que pecó de sobrexplicación, banalidad en la construcción de personajes, irrisoria en las peculiares andanzas de los personajes en la búsqueda constante de un nuevo y mágico elemento en cada una de sus entregas. Una ha sido la magnífica, dirigida por Alfonso Cuarón, Harry Potter y el Prisionero de Azkaban; luego, y para mi sorpresa, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte 2.
Existe otro factor muy interesante a tener en cuenta y digno de analizar, implícito en el hecho de que esta saga ha crecido a la par de toda una generación de menores cuando el producto inicial tenía un tinte mayoritariamente infantil, cual cuento de hadas. Esto, con las diversas secuelas y años, generó un cambio tácito en la reestructuración del enfoque de la saga, que cada vez fue tornándose más negra en el sentido de adquirir personajes cuyas problemáticas incluían temas más adultos hasta llegar a un final de edición ágil donde ya, luego de 7 secuelas, muchos de ellos son bien reconocidos por el espectador promedio en matices, rasgos y comportamientos, cuestión que suma un plus en la experiencia de no tener que emplear tiempo del film para desarrollar las vidas de cada uno de los integrantes de la saga.
Harry (al igual que todos los espectadores) sabe que en su destino se encuentra el ineludible encuentro con Voldemort, algo esperable desde la primer entrega, un fantástico duelo de magia entre dos seres opuestos, unidos por una situación que, luego de siete films previos, terminó por esclarecerse. Y es aquí donde se encuentra uno de los mayores atractivos de esta propuesta: todo lo que en las anteriores se alargaba tanto como un chicle Jirafa (perdonen, hoy me salió el vejete, ¿existen todavía?) en esta segunda parte de una sexta secuela fluye con mayor naturalidad, con una edición de relojito en comparación con las largas y tediosas explicaciones de las anteriores. Incluso hay lugar para varios encuentros que parecieran parodias, una escena à la Matrix, donde con fondo blanco en su totalidad vemos a Harry y al viejo Dumbledore que debaten sobre la vida y la muerte -sólo faltó la elección de la pastillita de color- y otra escena en la que pareciera haber competencia por mostrar el trabajo de abdominales entre Harry y Ron, cual los Crepúsculo boys.
En Hogwarts, una escuela destruida a cargo del profesor Severus Snape, quien habría matado al legendario Dumbledore y tomado su cargo, se plantea un clima de rebeldía ante la llegada de Potter y compinches. Se dedican extensos minutos a una guerra entre magos y un ataque a la inmensa institución, que no aportan grandes emociones bélicas como se han visto en Corazón Valiente, Cruzadas, la trilogía de El Señor de los Anillos y tantas otras.
El trabajo actoral es algo que en toda la saga ha sido un placer; saber que un producto comercial cuenta con un cast de lujo no siempre viene emparentado con un resultado que los deje a todos los actores bien parados y, a veces, nos hace preguntarnos si la participación se debió a un abultado caché, la inercia actoral de seguir trabajando o un desafío ante tal magnánima producción.
Algo a destacar de la saga, que se repitiera particularmente en Azkaban, es la dirección artística: pareciera que no hay límites en términos de producción, el permitir concretar diseños, estructuras, escenografías. Es grandioso cuando esto sucede en el cine, que en el diseño, los grupos de artistas y mentes pensantes de acorde y en relación a una obra literaria tengan libertades que puedan materializarse y hacerse visibles hasta el más mínimo detalle en la puesta, siempre y cuando sea vital a la obra y no se malgasten estos recursos innecesariamente.
Harry terminó, al fin, de la mejor de las maneras, dejando satisfechos a adeptos y a no adeptos también. Para celebrar la saga y en honor a lo que nos estaba sucediendo, con el staff de A SALA LLENA nos fuimos a almorzar y a discutir el film al restaurant chino cuyo nombre hacía alusión al estado en que quedamos: “Todos Contentos”.