La última batalla
Llega el final del final. Harry Potter y Lord Voldemort se verán las caras de una vez por todas y medirán sus fuerzas en el duelo definitivo. En esta segunda parte de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, la misión de los tres amigos se vuelve una carrera contra el tiempo, no sólo porque Voldemort se ha apoderado de la letal Varita de Saúco, sino porque ha comenzado a percibir que los trozos de su alma, tan cuidadosamente preservados para asegurarse la inmortalidad, están siendo destruidos uno a uno. Harry, Ron y Hermione no saben cuáles son ni dónde están los restantes horrocruxes (de hecho, el último de ellos deparará la mayor sorpresa de la historia), pero sus deducciones los llevan directamente a Hogwarts. El colegio, ahora dirigido por Snape, se ha convertido en un lugar tétrico de adoctrinamiento y sumisión. Pero cuando Harry regresa, sus profesores, sus compañeros y todos los miembros de la Orden del Fénix se encolumnan tras él, dispuestos a respaldarlo y a dar la monumental y última pelea.
Esa batalla de dimensiones épicas es el núcleo del film, recreada a pura acción e impacto visual. Los movimientos de masas y las escenas de lucha colectiva sugieren una contienda que involucra a todos, dado que su resultado determinará la suerte y el futuro del mundo mágico. Hogwarts en pleno –con excepción de la casa Slytherin- enfrenta el feroz embate de los mortífagos y se transforma en un escudo protector, al tiempo que Harry continúa con su búsqueda frenética y sus descubrimientos, en medio del caos reinante. Pero a partir de esa causa común –y a diferencia del anonimato y la uniformidad que rigen en las filas enemigas-, la resistencia resulta de la suma de muchas cruzadas individuales, como si fueran pequeños arroyos que alimentan el cauce de la gran gesta multitudinaria. La adecuada combinación de todas estas subtramas traduce la idea de una batalla de todos, que es a la vez la batalla personal de cada uno. En este sentido funcionan acciones heroicas como las de Neville, la profesora McGonagall o la señora Weasley. Incluso la merecidísima reivindicación de Snape o la redención silenciosa de la familia Malfoy dan cuenta de que, ya sea en el devenir de la lucha o como consecuencia de ella, cada personaje tiene la oportunidad de afirmar o redefinir para siempre su lugar en el mundo y sus lealtades. En esta alternancia constante entre lo colectivo y lo individual radica uno de los mayores hallazgos del film.
El director David Yates logra el equilibrio, el clima y la emoción que faltaron en sus anteriores trabajos de la saga. Combina adecuadamente ternura y dramatismo, sobriedad y espectacularidad. Libre de las explicaciones en las que supo sobreabundar, sintetiza con acierto los temas y los resuelve de modo práctico y eminentemente visual –el mejor ejemplo son las “reliquias de la muerte” del título, a las que propone como instrumentos antes que como fines, eludiendo de ese modo muchas de las reflexiones morales a las que estos elementos podrían haber dado lugar-. A su vez, cita a todos los films anteriores, y en ese diálogo establecido a partir de objetos, recuerdos, o acordes de la banda sonora, la saga completa (más allá de los altibajos que tuvo en su transposición a la pantalla grande) se consolida como una unidad.
Harry Potter y las Reliquias de la muerte - Parte 2 es, en suma, un muy buen espectáculo y constituye un gran cierre para la historia del mago más famoso de los últimos tiempos.