Y un día Mel Gibson remontó la cuesta. Salió del pozo que él mismo se había cavado luego de tirara por la borda un matrimonio de tres décadas, se enloqueciera con una modelo mas desquiciada que él, se sumiera en el alcohol y los excesos, y vomitara toneladas de epitetos racistas durante una noche de intoxicación que devino en su publicitado arresto. Pero el tipo es una estrella, su carisma sigue intacto y su talento como director sigue siendo formidable. Quizás no sea un buen tipo pero es un artesano de la hostia y la prueba está en Hacksaw Ridge, el filme que lo llevó nuevamente al estrado de los Oscars y, aunque no ganara, obtuvo el respeto del público y la crítica después de muchos años de ninguneo y ostracismo.
Los artistas son las obras que nos legan y, sumado a la distancia que nos separa del bullicio local despertado por sus escándalos, resulta más facil digerir a Gibson y su obra por fuera de su tormentosa vida personal - algo similar a lo que ocurre con Tom Cruise, al que nadie lo traga en Norteamérica pero es una máquina de meter éxitos uno tras otro -. En Hacksaw Ridge volvemos a encontrar el cóctel que tanto le gusta a Gobson, religión y gore, y los resultados son feroces y memorables. Hacksaw Ridge es sencillamente el mejor filme de guerra que hayan rodado desde Salvando al Soldado Ryan, con la diferencia de que Spielberg le dedicaba sólo media hora a la carnicería de la invasión del Dia D, y acá tenemos media película infestada de violencia, tripas y explosiones coreografiadas como los dioses.
¿Pero sólo se trata de una gran y espléndida batalla?. Por supuesto que no; lo que ocurre es que la primera mitad es mas standard y melodramática. El pueblerino de gran corazón, el amor descubierto en la inminencia de la partida a la guerra, el duro entrenamiento con el sargento hijo de perra de turno (Vince Vaughn intentando sintonizar a R. Lee Ermey desesperadamente, aunque al final ofrece un plus de humanidad que termina como redimirlo), la pelea legal para que el ejército respete sus convicciones religiosas (que le impiden portar un arma para matar a otro; es por ello que quiere se médico de campo y salvar vidas), y las tensiones familiares por la partida hacia una muerte segura. El romance funciona porque hay buena química entre Andrew Garfield y Teresa Palmer, y la parte familiar camina debido a una potente perfomance de Hugo Weaving - devastado por el alcohol, deformado por la mala vida, violento y enfermo pero pleno de convicciones; como veterano de la Primera Guerra Mundial, sabe lo que es el infierno y por ello odia la idea de que sus hijos vayan a pelear al Pacífico, a sabiendas de que pueden regresar en un ataúd -. Son clichés hechos con clase. El Acto II es también rutinario - Garfield sobreviviendo al desprecio de los demás, triunfando por su tozudez y sus fuertes convicciones -, pero es el Acto III el que se lleva todas las palmas. No sólo por la carnicería y la manera en que Gibson filma el combate - de manera tan novedosa como cruenta; ¿acaso la guerra no habrá sido así de cruda? - sino porque, después de la masacre, es el abnegado Garfield quien queda en el risco - solo, camuflado entre un montón de cadáveres - y empieza a buscar supervivientes para bajarlos por el precipicio donde una pequeña guardia ha quedado montada a la espera de refuerzos. Es ese zigzagueo constante - camuflando heridos para que los japoneses no los vean, metiéndose en los túneles infestados de enemigos para tomar un atajo y salir del otro lado del campo de batalla, improvisando sobre la marcha maneras para poder mover y sacar a los soldados de la vista de los sentinelas japoneses - el que resulta tan o mas formidable que la coroegrafía de la masacre, generando a rolete momentos de tensión casi insoportable. Mas de una vez Garfield se salva raspando y sólo es su fe la que le permite seguir adelante, aún cuando todos sus compañeros hayan muerto o se encuentren ferozmente mutilados por la metralla de la guerra.
Si hay algo que Gibson demuestra, es que no se precisa ser un exterminador de enemigos para convertirse en héroe. El enfrentar al peligro y superarlo infinidad de veces para salvar vidas humanas es igual o mas valioso que asesinar oponentes. Garfield no es un individuo que vaya a cambiar el curso de la guerra; en todo caso su mérito es salvar seres humanos rescatándolos de una muerte segura, asegurando su supervivencia y su reunión con sus seres queridos. La deuda de esas familias con este médico provinciano y desgarbado es enorme.
Hacksaw Ridge es un gran filme. Funciona como drama y funciona como película de guerra. Andrew Garfield se saca el estigma de haber sido Spiderman y muestra que es un actor con mucho rango. Su rostro es un kaleidoscopio de emociones que van desde el orgullo hasta la impotencia, desde la furia hasta la desesperación, pero siempre manteniendo la sencillez de su persona, y la firmeza de sus ideales. Es Garfield quien transmite la nobleza del personaje y lo hace memorable, simplemente porque es un caballero de brillante armadura que no duda en arriesgar su vida y su honor con tal de defender aquellos valores que hacen a su moral y lo definen como ser humano.