La nueva película del creador de Corazón valiente, La pasión de Cristo y Apocalypto es, más allá de las controversias, una experiencia sobrecogedora y un imponente espectáculo cinematográfico.
Mucho se ha escrito (en general en tono irónico o indignado) sobre los excesos y dislates de Mel Gibson, un personaje antipático para el progresismo y la corrección política de Hollywood. Pero, si el lector/espectador puede separar al hombre del artista (algo que muchas veces es difícil) llegaremos a la conclusión de que el australiano es un director de una potencia y convicción notables. No será un tipo sutil y su mirada derechista puede incomodar a más de uno, pero -ahí está su filmografía previa para demostrarlo y Hasta el último hombre para ratificarlo- no hay muchos cineastas capaces de concebir imágenes con la contundencia de Corazón valiente o la controvertida La pasión de Cristo.
Hasta el último hombre está basada en la historia real de Desmond Doss, un joven de la iglesia adventista del séptimo día que, pese a ser un objetor de conciencia que se negó a portar armas, se convirtió en uno de los mayores héroes de la Segunda Guerra Mundial y obtuvo incluso la Medalla de Honor. No fue fácil su épica. El Ejército hizo lo imposible para sacárselo de encima (no podía aceptar que alguien no portara un fusil en el frente de combate) y hasta lo sometió a una corte marcial, pero el testarudo e indomable Doss se salió con las suyas y -participando como médido- salvó a más de 70 compañeros en la sangrienta y decisiva batalla de Okinawa.
La película arranca como un melodrama clásico con la historia de amor entre Doss y una enfermera llamada Dorothy (Teresa Palmer) y su complicada situación familiar con un padre alcohólico y veterano de la Primera Guerra (Hugo Weaving) que maltrata a su esposa (Rachel Griffiths) para luego entrar en zona de entrenamiento militar a la Nacido para matar (Full Metal Jacket), pasar luego a terreno judicial en la línea de Cuestión de honor para finalmente dedicar su segunda mitad a una versión aún más extrema de Rescatando al soldado Ryan (en la comparación la explícita película de Spielberg Spielberg parece una de Robert Bresson)
La acumulación de tripas, vísceras, cráneos, cadáveres desmembrados, gargantas cortadas y cuerpos incinerados podrá ser definida por algunos como pornografía de la violencia, pero Gibson construye con el uso de cámara lenta, virtuosos planos iluminados por el DF Simon Duggan y música de Rupert Gregson-Williams un ballet gore de una intensidad descomunal. Sí, la puesta en escena de la muerte convertida en un hecho artístico de excelencia.
Más allá de las decisiones artísticas de Gibson y del inevitable patriotismo de la propuesta, el film aborda el tema del heroismo, las convicciones personales (religiosas) y los dilemas morales en tiempos de guerra con inteligencia y eficacia. Puede que la película toque algunas fibras íntimas poco recomendables, que ciertos simbolismos obvios estén de más, que en muchos sentidos con esta película el propio director esté buscando una suerte de redención personal, pero lo cierto es que Hasta el último hombre constituye una experiencia tan visceral como imperecedera.