Celebra la muerte, celebra la muerte.
La última película dirigida por Mel Gibson nos muestra la historia de un soldado estadounidense que va a luchar en la guerra contra Japón pero que por su religión no puede matar a nadie, ya que no se le permite. El quinto mandamiento de la religión católica no duda: No matarás. Y como si esto fuera poco, lo más contradictorio es que él mismo se alista como voluntario en el ejército. Todos sus superiores y hasta sus compañeros empiezan a desconfiar del soldado con justa razón. Lo toman por traidor o cobarde. Hasta llegan a considerarlo insano. Pero pronto se encargará de demostrar lo contrario. La película no se encarga de plantear que todos los demás soldados serían los más contradictorios si es que creen verdaderamente en los mandamientos. No se anima a tanto. Hasta el último Hombre se trata de la verdadera historia de Desmond Doss que fue el primer objetor de conciencia en recibir la Medalla de Honor del ejército de los EEUU. Objetor de conciencia suena medio mal pero viene a significar lo que se explicó anteriormente.
Por lo general el cine bélico, las películas de guerra, traen consigo una opinión. Y últimamente casi todas tienen una mirada negativa sobre la guerra, son antibélicas. Entonces con más razón esperaríamos que esta película, donde un soldado tiene logros en el campo de batalla sin matar a nadie, tenga una postura negativa de la guerra, o de las muertes. Pero no, en Hasta el Último Hombre se celebra la guerra. Las muertes no están fuera de campo, ni están sugeridas las heridas sangrientas. Sino que las cruentas muertas de los compañeros de Desmond Doss son un gran espectáculo. Las masacres de los japoneses son entretenimientos circenses. Las incineraciones en vida de los enemigos son fuegos artificiales de luz y color. Mel Gibson ya desde Corazón Valiente, con escenas más acertadas, jugaba con este morbo. En La Pasión de Cristo, ya parecía explícito y ridículo. Aquí, por lo menos, parece incompatible.