A Dios rogando y vidas salvando
Basada en la historia de Desmond Doss, objetor de conciencia que peleó en la Segunda Guerra y fue condecorado.
¿Qué objetor de conciencia se enrolaría voluntariamente en el ejército? La respuesta es Desmond Doss, un miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día que se alistó en 1942, poco después del ataque japonés a Pearl Harbor: su idea era intervenir en la guerra como paramédico. Entonces, antes de enfrentarse con los japoneses, tuvo que lidiar con sus compatriotas y la burocracia militar, que se negaban a reconocer su derecho a no tocar un arma por sus creencias religiosas. Resultado: fue el primer objetor de conciencia en recibir la Medalla de Honor y uno de los tres únicos objetores en recibirla hasta hoy.
Después de diez años sin dirigir –se dice que estuvo vedado en Hollywood por sus exabruptos antisemitas- a Mel Gibson, amante de la épica y los dramas históricos, esta historia real le vino muy bien: es una de esas vidas que parecen haber existido para ser filmadas. Pero cuando hay tantos elementos de por sí emotivos y heroicos, quizá convenga una narración sobria, que no cargue tanto las tintas sobre la epopeya. De lo contrario, el riesgo es que pase lo que pasa aquí: hay un protagonista casi perfecto (y la carita de perro bueno de Andrew Garfield, el último Hombre Araña, es ideal para este fin) que es humillado pero pone la otra mejilla y termina convenciendo a propios y a extraños a fuerza de amor y coraje. Hollywood a la enésima potencia.
Hay tres temas que a Gibson le resultan muy cercanos, por convicción, historia personal y gusto estético: la fe, el alcoholismo y la violencia. Son los tres ejes en los que se apoya la película, que empieza con una cita bíblica y pinta a Doss como un santo o un mártir. El perdona a todos los que lo dañan, incluyendo a su padre alcohólico (Hugo Weaving), el protagonista de los flashbacks del pasado. Pero aquí no hay malvados: todos tienen su oportunidad de redención, en innumerables escenas que nos manipulan en busca de lágrimas.
Pero esta no es una película probélica. Porque si bien el coraje que tanto se exalta gira alrededor de actos de guerra, no se nos ahorra ningún detalle de lo cruento que puede ser el combate. Es más: Gibson tiene tantas ganas de retorcernos las tripas que cae en el humor, con sangre que mueve más a la risa que al horror. Un alivio ante tanta emoción forzada.