Una película de guerra, un héroe inusual, un director volcánico
El cine del movimiento de Mel Gibson vuelve a ponerse a prueba. Y vuelve a ganar, como ocurrió con Corazón valiente y Apocalypto. Hasta el último hombre, presentada en el Festival de Venecia, reafirma una vez más que el actor de Arma mortal es, como realizador, uno de los que mejor entienden -y hacen entender- la acción en el cine actual.
Los combates colectivos de Corazón valiente, las carreras selváticas de Apocalypto y las incursiones cuerpo a cuerpo en el campo de batalla de esta nueva película son marcas insoslayables de su escritura fílmica. Y la sangre, siempre la sangre, también en La pasión de Cristo.
Hasta el último hombre cuenta la historia, basada en hechos reales, de un joven socorrista militar en la Segunda Guerra Mundial que no acepta, por su religión, usar armas. Gibson cuenta la vida de Desmond T. Doss: su familia, su pareja, el entrenamiento, los conflictos por desobedecer órdenes y luego la contienda bélica.
El rol de este joven pertinaz en Okinawa, y cómo su obcecación cobra sentido: el sentido religioso, el sacrificio, la decisión de mantenerse en el camino que se cree el correcto. Todos temas de Gibson. Y les da forma mediante la acción más deslumbrante: las secuencias de batalla de Hasta el último hombre superan las de Spielberg en Rescatando al soldado Ryan. Las superan en realismo, en cercanía, en impacto. Y, claro, en intensidad, porque Gibson es un director volcánico, encendido, de un nivel inusual de capacidad para poner en escena de forma perfectamente inteligible extensas secuencias en las que la violencia, la muerte, el combate cuerpo a cuerpo y las explosiones dejan de ser lo que muchas veces son en el cine más adocenado de Hollywood (la película no está producida por ninguna de las majors). No son adornos, no son aditivos, no son disfraces visuales en el vacío.
Gibson utiliza la violencia y su impacto en la guerra y en los hombres no para jugar y poner distancia cínica: se involucra y se embarra, se compromete con ideas de heroísmo sacrificial y concepciones religiosas que no puede decirse que estén a la moda. Sin embargo, no es ése el problema, sino que en ocasiones Gibson insiste en esas ideas de manera demasiado explícita, con líneas de diálogo que redundan sobre lo que ya estaba claro en las imágenes, gracias a su notable capacidad para que no podamos sacar los ojos de la pantalla, casi siempre pletórica de movimiento, emociones, cine.