El intenso Mel Gibson, como director, no se anda con chiquitas. La muy buena Corazón Valiente, la electrizante y crudísima Apocalypto, la sangrienta Pasión de Cristo. Hasta el último hombre es un film bélico con paradoja: está basada en la historia real de Desmond Doss, un objetor de conciencia. El hombre que participó en la guerra pero negándose a tomar un arma y fue un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Después de soportar bastante más que las burlas del ejército, y como médico, salvó a decenas de soldados en Okinawa.
Gibson filma con una garra y una decisión tales que su relato atrapa desde las primeras secuencias, escenas familiares en las que la violencia ya aparece, el inicio de un amor romántico. Cuenta con un actor de una enorme sensibilidad e inteligencia como Andrew Garfield, que es, simplemente, perfecto. La carnicería que se avecina y llega, sin embargo, es apabullante, por muy virtuosos que sean sus planos. Es claro que el espectáculo de la sangre es el tema del Mel Gibson director, y que sabe mostrarlo con maestría. Pero la extraordinaria historia que cuenta queda limitada, en su fascinación gore, a públicos con estómagos fuertes.