El exceso de información y el acoso mediático que reciben los famosos en el siglo XXI hace que muchas veces un artista sea juzgado por su vida privada y no por su obra. Pero es bueno separar para poder intentar apreciar al máximo, libre de prejuicios, a ciertos artistas. Puede que Mel Gibson no vuelva a recibir nunca un Oscar de La Academia por consecuencia de sus dichos y hechos polémicos fuera del set, pero esto no quita que cada vez que estrena una película estemos en presencia de una de las mejores ofertas que puede haber en cartelera.
Luego de diez años de inactividad, su estilo se mantiene intacto. La historia está cargada del efectivisimo sanguinolento y violento del que se lo acusa siempre, pero una vez más, está justificado. Contar la vida de Desmond Doss, este héroe de guerra que se negó a portar armas, requiere de un talento singular que impida caer en la tradicional biopic lo más libre posible de esos lugares comunes que suelen molestar a quienes frecuentan el género. Y pese a que muchas secuencias son las más típicas en films bélicos, Gibson dota su historia de un clasicismo necesario para el material que tiene a disposición. El tono del relato se construye evitando todo tipo de excesos emocionales sin perder la sensibilidad del material, y en gran parte se debe al buen trabajo de Andrew Garfield y el resto del cast.
Al seguir los pasos de un héroe como Desmond Doss el riesgo está en construir una imagen absolutamente impoluta y santificada de un personaje que podría volverse inverosímil e inclusive irritante, pero que gracias a la buena caracterización de los guionistas y el acercamiento del director y el mismo actor, se consigue equilibrar un retrato elogiable con el cual es fácil empatizar.
El mejor consejo para disfrutar Hasta el último hombre es juzgar a la obra como tal y olvidarse de quién está detrás de cámara. Si se puede hacer con Woody Allen, Hitchcock y Kubrick (entre otros) ¿por qué habríamos de juzgar a Mel Gibson por otra cosa que no sea su obra?