Mel Gibson sabe cómo dirigir. Eso no se ha puesto en duda, ni siquiera durante la década que pasó alejado de las cámaras. Es bien conocido que sus problemas personales y unas incendiarias declaraciones que se volvieron muy públicas lo pusieron en la lista negra de Hollywood, al punto de que pocos quisieran trabajar con él, ni siquiera sus agentes. No importó que viejos amigos como Robert Downey Jr. o Jodie Foster abogaran por su perdón o que encabezara buenas películas como The Beaver o Get the Gringo en ese período. Para resurgir de entre las cenizas necesitaba algo más grande e imposible de ignorar, capaz de instalar la pregunta de si estaba bien disfrutar de su cine a pesar de sus ofensas. Y de ahí los diez años de ostracismo que separan a Apocalypto de Hacksaw Ridge; la primera estrenada en la previa a su escandalosa detención, con sus chances para los Premios Oscar afectadas por esa mala publicidad, y la segunda como el clímax de este camino de redención, una que lo devuelve al foco de atención y lo hace merecedor de múltiples elogios.