Con controversia o sin ella, una película dirigida por Mel Gibson es siempre un evento. Con sus cuatro films previos dejó claro que tiene una marcada habilidad para narrar con imágenes, y si bien Hasta el Último Hombre promete ser una película visceral es también una película sobre los principios, más que la prédica religiosa que sus detractores sospechan.
Cuestión de Principios:
Hasta el Último Hombre cuenta la historia real de Desmond Doss, un soldado del ejército norteamericano, quién a finales de la Segunda Guerra Mundial salvó él solo a 75 compañeros de su escuadrón. Esta sería una historia de heroísmo más del montón, pero la de Doss tiene el particular detalle de haber hecho esa faena sin tener arma alguna para defenderse, por el simple hecho de no cree en ellas.
La historia está contenida en un prolijo guión y se toma la molestia de dividir la travesía de Doss en tres partes: una es su crianza, donde aprende el valor de no quitar una vida; la segunda es su formación en el ejército, donde es ridiculizado y hasta casi juzgado como un traidor por simplemente no querer disparar un arma o agarrarla siquiera; y la tercera es la guerra propiamente dicha, donde motivado por su fe (religiosa, personal o como quieran llamarla), realiza su hazaña.
Cabe aclarar que si bien la película no está exenta de una carnicería descomunal como pocas veces se vio en una pantalla de cine, tiene claro que el corazón de la historia que cuenta no está ahí; lo importante son los principios del personaje de Doss, por qué los tiene y hasta dónde es capaz de llegar para defender aquello en lo que cree. Este detalle es lo que hace la historia atractiva, generándole curiosidad y ansiedad al espectador por ver como lidia Doss con dichas creencias en situaciones límite. ¿Torcerá sus principios para salvar su vida o se sacrificará para mantenerlos? Esta pregunta es la que provee una gran parte del entretenimiento de la película; los desmembramientos son un detalle de color.
Andrew Garfield se lleva al hombro con mucha dignidad al personaje protagonista. Sam Worthington y Vince Vaughn (en uno de sus desvíos poco frecuentes de la comedia) son acompañantes a la altura del desafío. Pero el que se lleva las palmas, el que conmueve cada vez que Gibson le dedica un plano, es Hugo Weaving, quien da vida al padre de Doss, un veterano de la primera guerra mundial perturbado y autodestructivo, pero de quien se puede percibir un enorme afecto hacia su hijo. Un rol con un enorme abanico de matices al que los académicos deberían echarle un ojo.
En el costado técnico hay una fotografía y un montaje muy bien afilados. Cada plano y cada corte tienen su razón de ser; nada sobra ni nada es librado al azar. No obstante, el apartado que se lleva los lauros es el diseño sonoro, donde se escucha cada sonido de la guerra hasta en el más mínimo detalle.
Conclusión:
Hasta el Último Hombre es una narración entretenida con todo lo que tiene para ofrecer una película del mejor cine bélico. Pero lo que la hace una propuesta disfrutable es que la guerra es sólo un detalle más, la verdadera carne del relato es el límite que tienen los principios del ser humano, y como respondemos cuando este se nos presenta.