"Hasta los huesos": amor y dolor.
El director de "Llámame por tu nombre" está decidido a seguir su propio camino sin abrazar formatos preestablecidos, jugando con los géneros sin regalarse a ninguno.
Amado por algunos y no tanto por otros, el italiano Luca Guadagnino vuelve a demostrar que su cine no es fácil de domesticar, aunque los rasgos de su última película resulten familiares. El director de Llámame por tu nombre, la personalísima reversión de Suspiria y la notable serie de HBO We Are Who We Are, lleva a la pantalla la novela Bones and All de Camille DeAngelis, publicada en 2016, y encuentra un tono ajustado para cruzar el romance adolescente, la road-movie y el film de terror. Pero primero lo primero: en otras manos, la historia de la parejita de jóvenes caníbales podría haber derivado en un subproducto cercano en sensibilidad a la famosa saga crepuscular con vampiros y lobizones. Y si bien algo de eso hay, al menos en los papeles, lo cierto es que la carga de violencia pero, sobre todo, de amor y dolor desesperados la alejan por completo de la superficialidad ingenua. El tono de Hasta los huesos queda establecido bien temprano, cuando Maren (Taylor Russell), una chica de pueblo que acaba de cumplir dieciocho años, es invitada a una pijamada. Entre confesiones y comentarios sobre esmaltes de uña, la protagonista se mete en la boca uno de los dedos de una compañera y lo muerte rápidamente hasta dejar el hueso casi limpio.
Parece ser que Maren mostró por primera vez su afición por la carne humana a los tres añitos, y al llegar a la mayoría de edad el padre la abandona, dejando como único souvenir un cassette (corre la década de los 80 o comienzos de los 90) lleno de tristeza y deseos de bienaventuranza. Maren compra un pasaje en micro y sale a la ruta en busca de los orígenes, esa madre a quien nunca llego a conocer y que, tal vez, es la fuente primigenia de sus males. En Hasta los huesos caníbal se nace: no se trata de una pulsión psicológica sino de una necesidad biológica, incluida en el ADN e imposible de resistir. El viaje iniciático de la chica produce rápidamente una epifanía: no está sola, y si bien su raza no deja de ser una minoría, repartidos en el país (y, es de suponer, en el resto del mundo) hay muchos como ella, lidiando como pueden con el imperioso deseo de masticar carne no animal lo más fresca posible. Así es como conocerá a Sully (Mark Rylance), un veterano antropófago que pergeñó un particular método para comer sin asesinar y quien le enseña algunos trucos de la profesión, además de un muchacho raquítico y pálido llamado Lee (Timothée Chalamet, rostro favorito del realizador).
El amor surge y también las discusiones acerca de qué hacer con la vida que les tocó en suerte, que por momentos se asemeja a una intensa y permanente adicción. Matar o no matar, esa es la cuestión. O una de ellas. Guadagnino vuelve a utilizar muchas de las estrategias formales de sus films previos, vistosas y pertinentes en parte por su anacronismo (paneos con zoom, cortes secos a planos más cercanos), y una obsesión por el paisaje del interior “americano” que no puede sino recordar al cine estadounidense de los años 70 (la hora mágica del atardecer recibe más de una ofrenda). Maren y Lee atraviesan estados y, cuando no pueden resistir el impulso, sus dientes penetran la piel y la carne de otro ser humano, cruzándose por el camino con familiares y desconocidos. Incluido un congénere de aires siniestros y, nuevamente, Sully, que parece haber adquirido una obsesión por su joven protegida. Oportunidad para que el realizador prodigue papeles secundarios a nombres recurrentes en su obra como Jessica Harper, Chloë Sevigny y el también cineasta David Gordon Green.
Hasta los huesos es demasiado “romántica” para el fan enceguecido del terror puro y algo perturbadora para quien pretenda una historia de amor con toques ligeros de horror (el gore no es tan frecuente pero, cuando pasa al frente, estalla en la pantalla y los parlantes). Esa es precisamente la intención de Guadagnino: seguir su propio camino sin abrazar formatos, jugando con ellos sin regalarse a ninguno. No es, definitivamente, una de sus mejores creaciones, pero se juega a las búsquedas personales sin miedo al fracaso. Tampoco es la mejor película sobre caníbales como metáfora de infinitas lecturas (probablemente el trono lo siga ocupando Trouble Every Day, de Claire Denis), aunque en este relato de amor contra todos los obstáculos del mundo no escasean las bondades.