Terapia en torno al luto.
A lo largo de su extensa historia Hollywood ha utilizado de diferentes maneras el formato de “película coral”, esa estructura apuntalada en un desarrollo de subtramas paralelas y un ensamble actoral por demás ambicioso. Puede resultar difícil sopesarlo en nuestros días de preeminencia digital por sobre cualquier componente humano, pero durante el período de oro dicho subgénero era el leitmotiv de las epopeyas fastuosas y los “films con conciencia”, en especial todos aquellos que trataban tópicos candentes relacionados con los conflictos bélicos, los derechos civiles del americano promedio, algún escándalo de moda, y las seudo gestas cruciales o de ajusticiamiento masivo correspondientes al derrotero independentista.
Si bien nunca desaparecieron las colecciones de apellidos ilustres encabezando el cartel de los blockbusters, indudablemente con la llegada de las décadas de los 60 y 70 se produce una transformación vinculada a los espacios cerrados, las exploraciones más intimistas y una suerte de obsesión para con los enlaces agrietados. En la actualidad somos testigos de una nivelación hacia abajo de ese mismo andamiaje que Robert Altman patentó hace muchos años y que hoy no es más que un manojo de lugares comunes, motivos, facilismos y comodines de variada índole, siempre prestos a cambiar de posición/ jerarquía en función de las necesidades del guionista del momento y sus inclinaciones en materia de contenido.
En esta oportunidad estamos ante un rip-off en clave pasatista de Agosto (August: Osage County, 2013), uno de los grandes éxitos corales/ independientes de principios de año y la temporada de premios en general. Aquí en buena medida la comedia negra se ausenta y queda un cúmulo de clichés melodramáticos en torno al deceso del patriarca del clan de turno y la “terapia” familiar subsiguiente a partir de una convivencia forzosa, luego del funeral propiamente dicho. La excusa que se le ocurrió a Jonathan Tropper, autor tanto del guión como de la novela original, es la shiva judía, una etapa de luto de siete jornadas en la que los dolientes cercanos se reúnen en el hogar del fallecido para llorarlo y recibir visitas.
Respetando las características de este tipo de propuestas de elencos populosos, Hasta que la Muerte los Juntó (This Is Where I Leave You, 2014) nos presenta a una madre dominante, Hillary Altman (interpretada por la esplendorosa Jane Fonda), y una prole de cuatro vástagos en total, entre los cuales se destaca el atormentado Judd (Jason Bateman). El correcto desempeño actoral no alcanza para balancear la anodina dirección de Shawn Levy, todo un experto en mediocridad de pulso inofensivo, y los chistes escatológicos, burdos o poco inteligentes con los que nos bombardean a lo largo del metraje. Sin llegar al desastre, el convite no despierta verdadera empatía hacia personajes alienados e intrascendentes…