Casorios arreglados y amantes que llegan y desarreglan todo
Melodrama familiar que cuenta una historia muy transitada pero siempre vigente: un treintañero a punto de casarse con candidata elegida por la mami, conocerá a otra y todo se va a pique: novia, mami y futuro.
Hedi, el protagonista, es el novio programado. Trabaja en una concesionaria Peugeot, pero la que le gerencia su vida es la mami, una señora dominante y manipuladora que lo ha ido postergando y le ha ido eligiendo todo. Su novia es otra víctima: tímida, frágil, ansía casarse más que nada para irse lejos de sus padres. Progenitores difíciles, como se ve. Planean la boda sin consultar demasiado a los contrayentes. Como si fuera un cumple infantil. Hedi asume ese pacto matrimonial como un deber familiar.
Su hermano vive y trabaja en Francia y gracias la distancia ha podido zafar de la mano larga de una mami omnipresente. Pero Hedi sigue ahí. Hasta que un día, este opaco vendedor de Peugeot, conocerá a Rym, una chica que anda en otra cilindrada y le dará un vuelco definitivo a su corazón. El anda vendiendo planes en ciudades cercanas, y ella es animadora en el hotel donde el aburrido se aloja. Rym es simpática, libre, vital. Tiene nombre de timbre y el tipo llama. Después pasará lo de siempre: sonrisas, arrebato, flechazo, pasión incontrolable. A su lado Hedi se olvida del casorio, de los Peugeot y del libreto materno. ¿Qué hacer? ¿Responder al mandato familiar o responder a su deseo? Y será ese amor que entra por la ventana la llave liberadora que le abrirá puertas que ni él sabía que existían. Al final el mañana asomará difícil, como todos los mañanas, pero mostrará a un Hedi triste y aliviado.
Este film africano mira con ojos críticos la cultura de su gente. Está bien contado, pero le falta potencia emocional. Es sobrio y creíble, pero tiene poca sustancia y lugares comunes. Detrás están los hermanos Dardenne que, por lo que se ve, han sido productores e inspiradores. La puesta en escena tiene el sello de ellos: sencillez expositiva, marcación naturalista, cámara inquieta, relato pausado y personajes chiquitos. Su exigencia es conocida: hay que elegir, no queda otra y eso a veces alegra y a veces duele. Está bien contada y no exagera. La aridez del paisaje tunecino y los ecos de la primavera árabe asoman por detrás para darle aliento extra al afán libertario de este hijo obediente que, gracias al amor, explotó. Los ecos de la revuelta primavera rodean a estos seres. Aparecen proyectos, “que no son sueños”, como le dice Rym. El futuro es incierto pero le pertenece. Hedi se quedó sin primavera, pero al menos pudo hacer la revolución en casa.