El último beso
La mano de un hombre ajusta lentamente una corbata sobre su camisa blanca. El encuadre es cerrado. El gesto indolente marca el peso de la costumbre. Las primeras imágenes de la película parecen una advertencia: el hombre pasa una soga alrededor de su propio cuello. Mohamed ben Attia filma un drama social íntimo y emotivo, atento a los matices de su protagonista. Hedi es un personaje opaco, indiferente, testigo de un destino que lo supera. La sobria puesta en escena se estrecha sobre el protagonista tratando de romper su cáscara. La cámara lo sigue impulsada por una fuerza invisible. Pero a pesar de los planos cerrados que lo encuadran constantemente, el rostro de Hedi permanece insondable. Su única forma de expresión es el dibujo: sus bocetos dejan entrever un sufrimiento interior que sólo explotará en un enfrentamiento memorable con su madre.
A primera vista, se trata de la clásica historia del hombre a punto de casarse que se enamora de otra mujer. La novia de Hedi es una joven hermosa del mismo pueblo, aunque visiblemente elegida por su madre. En varias escenas cómicas, descubrimos en la madre un personaje entrañable y autoritario al mismo tiempo que reina en su territorio. A lo largo de la película, el director logra representar espacialmente las relaciones sociales y la liberación del protagonista: el ambiente asfixiante de la casa familiar se duplica en los encuentros clandestinos con su futura esposa dentro del coche, mientras que el espacio abierto por un requerimiento laboral se desvía rápidamente hacia una playa que hace posible otra vida. La obligación se convierte en oportunidad. El encierro del principio da paso a otras perspectivas. En el nuevo espacio entre el hogar y el trabajo, Hedi comienza un idilio con Rim. El principal motor dramático es la epifanía de Hedi que se produce cuando Rim le pregunta por lo que realmente quiere hacer con su vida.
La sombra de la primavera árabe tiñe el relato: la opresión familiar se desarrolla sobre un conflicto social latente. Hedi aspira el aire de la libertad, casi sin darse cuenta, en una noche de revolución que recuerda con un encanto singular. Mohamed Ben Attia entrega una ópera prima sincera e intuitiva que desemboca en un final sorprendente tejido entre los delicados juegos del amor y la energía revolucionaria de la juventud.