Que se estrene comercialmente en las salas argentinas una película africana es de por sí un acontecimiento cinéfilo, pero que además se trate de una muy sólida ópera prima tunecina reviste ya características extraordinarias. Doblemente premiada en el Festival de Berlín del año pasado, esta historia sobre las tribulaciones afectivas de un veinteañero que se debate entre sus propios deseos y los mandatos familiares en el contexto de la desintegración de la Primavera Arabe es una demostración contundente de que el buen cine se consolida en todos los rincones del planeta.
Este joven guionista y director tunecino Mohamed Ben Attia ganó el premio a Mejor Opera Prima de la Berlinale 2016, mientras que su protagonista (Majd Mastoura) fue distinguido como Mejor Actor de la Competencia Internacional. Esta vez, ambos galardones resultaron muy merecidos, lejos del paternalismo primermundista de “ayudemos al cine africano porque queda bien y nos lava las culpas”. Es que si la sinopsis del film puede sonar en primera instancia algo obvia y remanida, el balance artístico es bastante más logrado y provocador.
Hedi trabaja como empleado de Peugeot a las órdenes de un jefe abusivo, vive con su madre dominante y tiene un hermano mayor que está radicado en Francia y siempre ha tenido mayores libertades. El protagonista -un veinteañero recto y tímido que tiene un don para el comic pero nunca se ha animado a desarrollar profesionalmente esa faceta- está a punto de casarse en un matrimonio arreglado con una novia a la que no conoce en profundidad y con la que no ha tenido nada de intimidad. Pero en un viaje laboral conoce a una mujer de 30 años bastante atractiva e impulsiva que se gana la vida bailando para turistas y despierta en él una pasión desconocida. Con ella puede abrirse y confesarse como nunca lo había hecho y hasta se plantea la posibilidad de huir juntos a Francia, la tierra prometida para tantos magrebíes.
La desintegración de la efímera Primavera Arabe sirve como reflejo social de las inseguridades, contradicciones y decepciones de nuestro antihéroe, que pendula entre los dictados de una sociedad (y una familia) opresiva y los deseos de liberación tras tanta sumisión.
Coproducida por los hemanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, La amante resulta bastante más audaz, moderna y cuestionadora que la mayoría del cine africano. Puede que sea más del gusto europeo, pero en términos estrictamente cinematográficos es de una solidez y una contundencia que pocas óperas primas (de cualquier origen) pueden ofrecer.