Los mandatos y yo
Toda una sorpresa es el estreno de esta película africana, dirigida por el tunecino Mohamed Ben Attia. Producida por los hermanos Luc Dardenne y Jean-Pierre Dardenne, La amante (Inhebek Hedi, 2016) se vincula a la estética de los directores de Rosetta (1999) y El chico de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011) y reflexiona sobre el impacto de los mandatos familiares en un joven de 25 años.
Más que merecidos fueron los dos premios que cosechó en la Berlinale del año pasado el film de Mohamed Ben Attia; el galardón a la Mejor Ópera Prima y el de Mejor Actor para Majd Mastoura, quien compone a Hedi, un muchacho que trabaja como vendedor de Peugeot y debe afrontarse a un inminente matrimonio del cual su madre ha sido la principal promotora. Frente a este panorama no ayuda para nada su carácter introspectivo, la sumisión con la que acepta todo lo que se le impone, desde las intromisiones de su progenitora hasta la forma despótica con la que lo trata su jefe.
Hedi tiene una pasión “oculta”: es historietista. Pero fuera de ese vínculo placentero con el arte, nada de lo que le provee la realidad le permite expresarse. Para colmo, su hermano mayor funciona como un “modelo a seguir”. Así, entre su escaso margen de acción y un presente laboral poco estimulante, el joven pasa sus días casi como si fuera un autómata.
La película tiene un quiebre –claro- y ese quiebre se produce cuando aparece en su vida (durante un viaje laboral) una mujer de 30 años, bailarina en el comedor de un hotel. Lo que parece una aventura pre-matrimonial se transforma en un enamoramiento y en la posibilidad para Hedi de replantear su presente y, en consecuencia, proyectar un futuro mejor. Con este planteo, La amante se reafirma como una ficción intimista y dilemática, en sintonía con el cine de los hermanos Dardenne.
Mohamed Ben Attia demuestra en su primera película solidez para construir atmósferas opresivas en el seno familiar. Su puesta potencia el drama interno de un personaje que no se caracteriza por su verborragia, precisamente. Lo que pudo haber sido un culebrón de trazo grueso se transforma en un relato conciso (la película dura poco menos de 90 minutos) capaz de desmenuzar las contradicciones entre la modernidad y la tradición y de apuntar contra la institución familiar sin dejar de considerar que es allí donde también reposan los primeros afectos.