Pasión y deber.
El comienzo de Hedi (Inhebek Hedi, Mohamed Ben Attia, 2016) es algo tedioso, incluso anodino. La cámara se desenvuelve de forma intermitente entre el abatimiento de un personaje que parece un pusilánime (Hedi) y la excesiva vitalidad de su familia más cercana, su madre, su hermana y el hermano que ha emigrado a Europa y vive en París. El contexto del comienzo del film es la preparación de una boda entre Hedi y su prometida, Khedija, con todo el protocolo cultural que se manifiesta en la Turquía tradicional islámica.
Hasta aquí visualizamos un relato sobre un país emergente como Turquía, con una cultura en transición hacia las formas más modernas de libertad laboral, democrática y social, pero con la sombra opresora de una política ideológica tradicional en lo religioso. No hay denuncia, sino una radiografía algo tediosa sobre las relaciones culturales y de parentesco dentro de las familias. En este primer tramo la película adopta las formas de un cine independiente y de denuncia basado en una planificación sin fuerza emocional, demasiado preocupada por el aspecto “documental” del relato.
Sin embargo, la película cambia de registro cuando Hedi tiene que pasar una semana en un hotel mientras realiza visitas a las empresas del entorno, ya que se gana la vida como comercial de un concesionario europeo de coches. En su estancia en el hotel conoce la pasión y el amor en forma de libertad sexual cuando entable una relación con Rym, un personaje de gran fuerza, gracias a la exuberante y vitalista interpretación de Rym Ben Messaoud, una actriz en estado de gracia que supone el mayor acierto de la película.
Son sus apariciones, filmadas con un una luminosidad mediterránea, con el calor y el erotismo de unas vacaciones en la playa, en la lujuriosa felicidad del ocio, lo que realza la película y, además, insufla emoción a los planos de Ben Attia, que a partir de este momento propone un juego interesante entre la oscuridad del domicilio familiar de Hedi y la festiva luz de su huida hacia los brazos libertarios de Rym.
No obstante, la cámara sigue oscilando, aunque ahora adquiere sentido esta estética ondulante de una cámara algo nerviosa, pues nos transmite la inseguridad e indefinición de Hedi, sus miedos, alegrías, dudas y decisiones. La complejidad se instala en la película, planteando una interesante denuncia de la opresión cultural y familiar, frente a las llamadas de libertad y modernidad de Europa (Francia está presente de forma omnipresente en todo el guion).
Aunque, no nos equivoquemos, estamos ante una comedia romántica, o un melodrama familiar y juvenil. En ningún momento encontramos la contundencia de un film ideológico o de un documental, más o menos de ficción, sobre una realidad opresora. Aquí de lo que se trata es de mostrarnos las incertidumbres del amor, de los primeros encuentros eróticos y de la asociación, vital por otra parte, entre la libertad sexual y las ansías de cambio y progreso.
Ben Attia ha filmado una película agradable, sincera y cercana, estrechando las diferencias culturales, asociando la tradición con la modernidad (la escena del baile tradicional es magistral en este sentido), convirtiendo de nuevo el Mediterráneo en un mar de lazos culturales, para alejar el fantasma inhumano de la xenofobia contra la inmigración. Hedi es una llamada a la vitalidad, encarnada en el magnífico personaje de Rym, lo más emocionante de la película.