El director debutante muestra la realidad política y social tunecina, al mismo tiempo que va mezclando una relación de amor y a través de la cámara se va presentando a cada uno de los personajes. Por un lado está el rosto, la sencillez de un joven callado Hedi (Majd Mastoura, logra una estupenda interpretación) que sigue al pie de la letra sus costumbres culturales y religiosas, es lo que le enseñó su familia, es lo único que conoce. Su madre viuda es dominante y autoritaria, además lo considera débil, y ya le tienen asignado una joven Khedija (Omnia Ben Ghali), como su prometida.
Pero el destino lo lleva a conocer otro lugar y entablar una relación con Rym (Rym Ben Messaoud) una bailarina, decidida, lanzada, desinhibida sexualmente, alguien con otro tipo de costumbres, un ser libre, juntos viven un apasionante romance y se enfrentan a un choque de culturas.
La fotografía es bella y ofrece cierto grito de libertad, su ritmo por momentos es demasiado pausado y decae un poco. Cuenta con una buena banda sonora que mezcla canciones árabes con otras occidentales y acompaña en todo momento apoyando diferentes climas. Su desenlace final deja cierto sabor amargo.