"Hékate", demasiados estereotipos.
La legitimidad de la temática del film queda diluida por una puesta demasiado esquemática, que llega a descuidar el necesario verosímil de la trama.
No es casual el título del nuevo largometraje de Nadia Benedicto: más allá de su nula relación con la mitología griega, la elección de una de las “titánides” atenienses más veneradas –diosa de la protección, la magia y la brujería– apunta en una dirección poética y, si se quiere, simbólica. En Hékate conviven las ambiciones del thriller de violación y venganza, el drama social y algunas pinceladas pseudo fantásticas, estas últimas ligadas a la infame cacería y quema de brujas del pasado como ejemplo acabado de la violencia hacia las mujeres santificada socialmente.
Benedicto, que había abrazado cierta sutileza en su anterior Interludio (2016), la abandona ahora por completo desde el minuto uno de proyección, cuando Kira, la paseadora de perros interpretada por Rosario Varela, termina cenando en la casa de una pareja de clientes. Helena (Sabrina Macchi) recibe toda clase de abusos verbales de su pareja Juan (Federico Liss), tan desagradable en su construcción “típicamente masculina” que sólo le cabe el mote de El Estereotipo.
Pero eso no es todo: Juan deja las palabras hirientes y, como quien no quiere la cosa, pasa a la acción, violando a Helena con Kira como testigo amordazada e inmovilizada. Entonces Hékate entra de lleno en el terreno del cine de género, con la dupla de mujeres transformadas en una suerte de Thelma y Louise de las pampas, el tipo atado y narcotizado en el asiento de atrás (todo un tema el de conseguir, en plena noche y sin receta, una fuerte anestesia), en huida hacia alguna parte porque el guion así lo indica. Es la primera señal de algo que el film evidencia crecientemente a medida que avanza hacia el desenlace: las ideas, las intenciones, el discurso, estarán por encima de los personajes, las vicisitudes y el así llamado verosímil. El problema no es otro que el tono general, grave y realista, que impide que el disparate extremo de las situaciones respire libertad catártica.
Luego de una escena de liberación sexual que no hace más que replicar las formas y la ubicación temporal en la narración de tanto revolcón heteronormativo en cientos de películas de los años 80 a esta parte, la aparición de un cuarto personaje, una joven de un pueblo de provincia encarnada por Julieta Brito, cierra el último vértice del aquelarre por venir. Que será también rito y sacrificio, espejo invertido de las quemas de hechiceras del pasado, y punto de quiebre para quien desea, de una vez y para siempre, romper con la violencia cotidiana. La fotografía nocturna de Cecilia Tasso encuentra el camino para envolver el relato con un hálito de misterio y tensión, pero las intenciones de Hékate están tan ostensiblemente marcadas por la agenda, y sus criaturas delineadas de forma tan esquelética, que el resultado no puede sino describirse como una puesta en escena trivial de un grito de dolor y rebeldía genuino.