El subgénero slasher (anglicismo que significa cuchillada o corte) es muy simple en su premisa y muy difícil en su ejecución. Simple porque cuenta con pocos elementos (la máscara, el cuchillo, la música) y el argumento siempre es el mismo: un asesino enmascarado mata a jóvenes con un cuchillo. Difícil en su ejecución porque hay que conocer muy bien este subgénero para combinar con creatividad sus escasos elementos y hacer que la trama resulte interesante.
Hell Fest: Juegos diabólicos es un buen slasher justamente porque su director Gregory Plotkin demuestra conocerlo (prueba de ello son las ingeniosas citas a clásicos como Carnaval del terror, Los extraños y Halloween de John Carpenter, entre otros) y porque se las ingenia para no hacer una película mecánica y de fórmula. Vale aclarar que es imposible que un slasher no parezca de fórmula, ya que en su esencia lo es.
Que la historia transcurra durante la noche de Halloween marca una referencia obvia y obligatoria. Esta vez, un asesino serial con una máscara escalofriante convierte un parque temático de terror en su recreo personal, aterrorizando a un grupo de amigos que intentan salvar sus vidas y las de los otros clientes, quienes creen que todo es parte del espectáculo.
Por lo general, en los slashers las víctimas son demasiado idiotas. Hell Fest: Juegos diabólicos no es la excepción, y quizás esa marcada característica de los personajes pueda confundir. Pero a medida que el filme avanza va ganando en profundidad, en dramatismo, en seriedad. Si bien su trazo grueso hace pensar que se trata de otra tonta película de sustos, son los momentos más concentrados los que demuestran la inteligencia del realizador para generar tensión y que dan la pauta de que estamos ante un filme bien ejecutado.
Plotkin compone un par de planos hipnóticos y le da a los personajes y a la historia el tiempo necesario para que el suspenso y la desesperación crezcan, y para que el espectador vea cómo el asesino juega con sus víctimas.
Hell Fest: Juegos diabólicos está filmada con solvencia y hace un uso inteligente de los colores y la música, que contribuyen a que el laberinto en el que se pierden los personajes en ese parque temático llamado Hell Fest sea verdaderamente terrorífico. Una película simple, directa y efectiva, casi como el filo de un cuchillo.