Es tan fallido el regreso de Hellboy que la frustración solo podría mitigarse a través de una revisión de la película original dirigida por Guillermo del Toro. Toda la fascinación, el espíritu mítico y la conciencia de disfrutar el viaje hacia mundos lejanos y legendarios se perdieron en el camino. En esta secuela, por el contrario, no hay inspiración. Está dominada por un afán efectista y artificioso que recorre la cáscara del personaje, Cuando quiere recuperar la nobleza y la ironía del viejo Hellboy lo único que deja a la vista es una forzada insistencia en el recurso autoparódico, que de tanto machacar se transformar en estéril.
La excusa argumental es la temible reaparición de una ancestral bruja que resucita con la ayuda de un grupo de orcos después de haber sido derrotada y desmembrada por el mismísimo rey Arturo y el mago Merlín. El aire solemne que Milla Jovovich le impone a esta villana se contagia a toda la acción, que parece todo el tiempo responder a un diseño más propio de un videojuego. Cada vez hay más ruido y menos emociones mientras Hellboy refunfuña forzando una mordacidad en la que nadie cree.
Harbour hace todo lo que puede para acomodarse a un personaje que no puede sacarse de encima la presencia carismática de Ron Perlman. Todo parece indicar que las aventuras de Hellboy no tiene futuro sin sus artífices originales, por más que dos escenas finales poscréditos quieran mantener viva una continuidad ilusoria.