El reboot del hombre averno llega a pura trompada y sangre.
Después de acostumbrarnos a la Hellboy de Guillermo del Toro, interpretada por un Ron Perlman introvertido y escondiéndose en cuevas subterráneas de la humanidad. Llega el remake de la mano de Neil Marshall, que plantea desde el vamos un antihéroe diferente. El nuevo Hellboy, encarnado por David Harbour, aquí maneja otros códigos y lenguaje.
Un demonio cotidiano que se muestra a vista de todos tal como es, y que se encuentra bajo las órdenes de su padre adoptivo, el profesor Broom, quien dirige la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal. Su cometido es que las criaturas del averno no emerjan a la superficie para destruirnos. Clara contradicción, dado que Hellboy es un demonio, y por más aburguesado que este (actitud canchera, cuernos limados y lenguaje millennial), la sangre tira señores.
Y nuestro chico averno también quiere saber de dónde proviene, cuál es su verdadera identidad. Así nos enteraremos que es producto de un experimento nazi, concebido para ser un súper soldado. Lo cierto es que es rescatado por la AIDP, y sus poderes serán utilizados para cazar demonios malintencionados. Tendrá dos secuaces a la hora de actuar, Alice Monaghan, quien fue rescatada por él de pequeña cuando la secuestraron hadas malvadas; y Ben Daimio, un ex marine que trabaja para las fuerzas, que tiene la capacidad de transformarse en un felino.
La nueva Hellboy tiene mucha acción, las batallas son sangrientas y brutales. Aquí no hay nada de poesía, más emparentado con el cómic hay una condición callejera y terrenal. Nuestro héroe es muy físico y se deja llevar por sus impulsos diabólicos reprimidos. Es cierto que el relato tiene muchos baches y delirios, sumado un recorrido grotesco por distintos momentos de la historia mundial; así como abuso del CGI en las peleas, que por supuesto tienen la lógica mecánica del videojuego. Estamos ante una versión tan barroca, narrativa y visualmente hablando, que por momentos pierde emoción y el norte de lo que quiere contar.