Bastardo sin gloria
Cuenta la leyenda que Zeus tuvo un hijo con Alcmena, una reina mortal, y que Hera, su verdadera esposa, se puso tan celosa que juró perseguir al hijo de ambos hasta matarlo. El hijo era Hércules, el semidiós viril y musculoso de la mitología griega, el hombre más fuerte del mundo, el poderoso protector de Atenas. Con el relato en voz en off de esta historia comienza Hércules, el nuevo péplum prensado de Hollywood, dirigido por Brett Ratner, protagonizado por Dwayne “La Roca” Johnson e inspirado en el comic de Steve Moore.
Pero la verdad quizás esté muy lejos de lo que cuenta la leyenda, la verdad quizás sea mucho más mundana: Hércules es en realidad un huérfano que creció solo, pateando chapitas en las calles de Atenas. De joven fue reclutado por el ejército, en el que pudo destacarse gracias a su extraordinaria fuerza y, lo más importante, no es un dios ni un héroe como muchos creen, sino un mercenario hecho y derecho.
Tracia está dividida por la rebelión de un grupo llamado “los centauros”. El conflicto huele a una inminente guerra civil. El rey Cotys (un anciano John Hurt), manda a su hija Ergenia a pedirle ayuda a Hércules. El grandote y sus amigos deben preparar un ejército para luchar contra los hombres-caballo liderados por Rhesus (Tobias Santelmann), quien quiere apoderarse de Tracia. La primera batalla parece hecha en el siglo pasado, cuando los efectos computarizados todavía no estaban tan incorporados en el cine mainstream de acción.
En esta oportunidad, y este es un punto a favor, todo está ambientado en escenarios naturales, las estampidas no están tecnologizadas, las tropillas son con caballos de verdad y las peleas son más físicas y analógicas que digitales (aunque también hay escenas que están hechas con esta tecnología). Las batallas campales muestran la hemoglobina necesaria para darle un cierto realismo, y ver salir de debajo de la tierra a los pelados tatuados con cara de pocos amigos es un acierto del director.
Sin embargo, el resultado no deja de ser insípido. Los diálogos cumplen pero tímidamente, los pocos chistes no logran ser del todo efectivos y los descuidos típicos relucen en las sonrisas blancas de los actores. La recurrencia al manual de autoayuda, las tomas aéreas de los paisajes, los planos cenitales de los enfrentamientos y los insulsos ralentíes no hacen más empujar al filme al bajo puntaje. Y, mal que les pese a sus seguidores, La Roca no es Arnold Schwarzenegger, quien era capaz de llenar y sostener un plano con sólo pararse frente a la cámara.