Desmitificame y llamame Hércules
Hay directores que evidentemente poseen la pericia técnica, pero carecen de una mirada profunda y compleja sobre los mecanismos del cine, la forma de manejar y madurar un discurso audiovisual que potencie tanto el desarrollo de imágenes como el subyugante universo de lo simbólico, y que acompañen con palabras mínimas -aunque elocuentes- una historia. Brett Ratner es uno de esos sujetos: no digamos un artesano, porque para eso hace falta cierta calidez que recién ahora comienza a aparecer en su cine, pero sí un tipo al que uno no puede acusar de no saber narrar. Con el tiempo (y varios fracasos artísticos como aquella pobre tercera entrega de X-Men o la terrible Hombre de familia), Ratner fue entendiendo que su lugar en el cine es el de poner en movimiento el cuerpo de su protagonista: sus películas son películas-vehículo para la estrella de turno. Y su presencia es, como decir… invisible. Así es como llegamos a Un golpe de altura y Hércules, dos películas puestas al servicio de Ben Stiller o Dwayne Johnson, y más amables, simpáticas y divertidas que toda su filmografía anterior.
Con un detalle importante: son películas hechas para lucimiento de su protagonista, pero que giran alrededor de una idea de grupo atractiva, donde el líder brilla aunque cada integrante tiene su momento para hacerlo, también. En Hércules, por ejemplo, tenemos a un Johnson puro músculo y adaptando muy bien al mítico personaje a su propia conveniencia (es tan arrogante, como carismático y bonachón), con Ian McShane, Rufus Sewell, Aksel Hennie, Reece Ritchie o Ingrid Bolsø Berdal cumpliendo perfectamente sus roles de reparto y sumando características individuales particulares, que edifican un sentido grupal fundamental para el funcionamiento del relato.
Esta Hércules está basada en un cómic de Steve Moore, y tal vez de ahí provenga su carácter aventurero: alguna vez habrá que agradecerle al mundo de las viñetas impresas esa capacidad para desacralizar este tipo de mitologías, cosa que el cine no logra hacer del todo bien. Porque la película se aleja de algunas nocivas marcas recientes del cine mainstream fantástico y del péplum -al que bordea-, para deslizarse al territorio de la aventura menos hiperbólica y más directa y muscular. Este Hércules no tira rayos, ni vuela, ni hay personajes irreales recargando su prepotencia digital; ni todo se pone solemne para tratar de explicar un mundo que no tiene ni pies ni cabeza (gravedad atribuible al éxito de El señor de los anillos); ni tampoco las intrigas palaciegas van más allá de lo básico, dejando de lado razonablemente una mirada política sin por eso dejar de tomar posiciones: hay giros de guión que ponen a los personajes en lugares incómodos y que los lleva a tomar decisiones firmes, aunque por momentos acercándose peligrosamente a cierto cine reaccionario de los 80’s. Y sin autoconsciencia como en la saga Los indestructibles.
Hay que reconocerle al film de Ratner, que inteligentemente y sin cinismo, aborda al personaje desde la evidencia falaz del mito: el arranque es ejemplar, con su montaje alterno entre varias epopeyas que se incluyen en los míticos 12 trabajos de Hércules. Pero que no son más que el relato oral de unas acciones mucho menos fantásticas de lo que la leyenda cuenta. Esa es la parte más atractiva del relato, y la que permite que el humor se filtre con ironía, entre secuencias de acción bastante bien montadas y desarrolladas en cuestiones de tiempo y espacio. Hércules -la película-, incluso parece querer desmentir a ese otro cine de Hollywood gigante y soporífero, con una duración acorde a la aventura que desarrolla. Estamos ante un entretenimiento fluido y sin mayores pretensiones, falta de ambición que por un momento es -en sí mismo- una ambición para nada despreciable.