Pareja feliz engendra Anticristo
El parágrafo 2:18 de la primera Epístola de San Juan es la base sobre la que se construye el argumento de El heredero del Diablo. En ese pasaje bíblico se anuncia que no hay uno sino muchos anticristos y que sus nacimientos marcan las últimas horas del mundo. Desde El bebé de Rosemary y La profecía el tema se ha convertido en un tópico del cine de terror, frecuentado con diversa fortuna en decenas de películas, por lo que sería demasiado optimista esperar una variante novedosa.
Hay algo en la forma en que es narrada El heredero del diablo que delata esa inconsciente resignación. La condena a repetir una fórmula gastada, que ya no produce monstruos sino ranas y sapos más o menos inofensivos, se nota en la gran cantidad de minutos que no contienen absolutamente nada de terror ni de suspenso. Sin embargo, son esos momentos en los que se escapa del género lo mejor de la película.
En la primera escena, la dupla de directores comete el pecado de honestidad que implica empezar por el final y sugerir que las cosas no van a terminar nada bien para los protagonistas. Pero a partir de la escena siguiente, arranca lo más interesante: la historia de una pareja a punto de casarse, algo así como La boda de Rachel sin la hermana perturbada. En este caso también vemos todo a través del ojo de una cámara manual, dado que el novio tiene el proyecto de registrar los mejores momentos de sus vidas para verlos en el futuro y compartirlos con sus hijos.
La encantadora naturalidad con la que Allison Miller y Zach Gilford (Sam y Zach en la ficción) encarnan la utopía de un matrimonio enamorado podría servir a un antropólogo extraterrestre como documento para analizar las ilusiones románticas más arraigadas en los seres humanos. Viéndolos reír, charlar, salir de compras juntos, uno casi se convence de que el amor y la convivencia no son mutuamente contradictorios. Una síntesis maliciosa que suena a titular de Crónica TV podría ser: pareja feliz engendra Anticristo.
Pero quien ha pagado la entrada para ver una película de terror lo que menos quiere es encontrarse con una comedia romántica casera apenas mechada con algunos sustos, palabras en latín y símbolos bíblicos. Si bien en la segunda mitad, ese deseo es saciado con la habitual parafernalia de la industria del miedo, El heredero del diablo muestra demasiadas fallas en su estructura como para considerarlo un producto digno y, entre esas fallas, hay una imperdonable: que la elección de narrar los hechos a través de cámaras manuales o caseras se revele como un error de la trama.