Todo un parto.
En esta época de marketing autópsico y veredictos instantáneos, estrenos como Heredero del Diablo (Devil’s Due, 2014) tienen un lugar bien específico en las carteleras. Con el cansancio con ciertas partes del género, la conexión con el fanático del terror es distante; por supuesto, uno puede ver el póster en los pasillos del cine o observar un par de spots en el medio del zapping televisivo, pero la sensación de deja vu hace un bloqueo automático de la promesa de sustos y sangre. Es duro no sentir el enfoque ajeno, directo a un público adolescente masivo, aquel fresco a la repetición de las mismas convenciones escondidas bajo la última moda (en esta oportunidad, el found footage). Ellos quieren sustos, y el producto se los da. Pero para quienes tengan experiencia, el verdadero temor se encuentra en lo predecible y calculada que es la experiencia.
Por lo menos, todo inicia de manera feliz para algunos: los protagonistas del film, Zach (Zach Gilford) y Samantha (Allison Miller), un par de tórtolos que están a punto de unirse en matrimonio. En el furor de la ocasión, el novio decide comprar una cámara para filmar todos los momentos de la nueva familia. Y cuando uno dice todos, es literal: en la primera media hora, tiempo tomado para mostrar los preparativos, el casamiento y la luna de miel en República Dominicana, uno sería perdonado por pensar que está viendo por accidente un verdadero DVD de una pareja que no conoce. Al parecer, Zach hace eso porque es una tradición llevada por su padre, que grababa cada instante de su vida. En eso solo consiste la floja excusa para emplear la omnipresente cámara en mano que, junto a varias convenientes grabaciones de amigos, desconocidos y registros de seguridad, forman la vaga visión del relato.
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Sin embargo, las cosas cambian en la última noche en el extranjero, donde un taxista los convence de ir a un lugar especial. Viendo como el dominicano los arrastra a un barrio no tan distinto a las favelas de Ciudad de Dios y que sus víctimas aún crean en su promesa de conocer un club nocturno, queda bien establecido el nivel de inteligencia para el resto del guión. De todas maneras, a la mañana siguiente ellos no recuerdan nada malo, aunque las sospechas arrancan poco después, cuando la señora descubre que está embarazada.
A pesar de creer haber estado protegidos para que no ocurriera esa situación, la sorpresa los encuentra felices y expectantes para ser futuros padres. Pero con el paso de los meses, el comportamiento de Samantha se vuelve más errático: ella se congela en trances que no recuerda, comienza a tener bruscos cambios de ánimo, y empieza a desarrollar un apetito por la carne fresca. Sí, suena parecido a la realidad, pero hay una diferencia clave: el bebé es el Anticristo.
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Eso lo sabemos nosotros de entrada, debido al recurso de la (casi obligatoria para este subgénero) cita bíblica. Entonces, al inicio ya queda establecido que los personajes tienen que actualizarse con nuestra delantera, primera señal de un mal recorrido por un camino que conocemos de memoria. Desde el justificativo para la innecesaria primera persona cinematográfica hasta los clichés argumentales que hoy exasperan (¿acaso todo latino es adivino o cultista en esta clase de proyectos?), los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett siguen al pie de la letra el manual hollywoodense de ruidos fuertes, lugares oscuros y mal montaje para hacer “sustos”, a tal punto que exasperan. No está bien reducir a las obras en fórmulas, pero es imposible no imaginar la propuesta al estudio por esta película como la suma entre El Bebé de Rosemary y Actividad Paranormal, y los realizadores (quienes ya habían probado el terreno en un corto de Las Crónicas del Miedo) chupan sólo los huesos de ambas obras.
Es una lástima, porque Gilford y Miller son carismáticos al frente de la producción, y tienen suficiente química entre sí para que uno empiece a preocuparse por el bienestar de sus personajes. A Miller le toca la parte más pesada, mezclando su aflicción sobrenatural con un miedo más humano, el de la vida propia después del parto. Pero como tantas cosas, es una vía no explorada por los realizadores, y que se queda en el rostro de la actriz. Así se podría resumir Heredero del Diablo, un intento que sólo puede ser escalofriante para aquel que jamás haya visto un film de terror en su vida. Es algo triste cuando este video en broma de tres minutos es decenas de veces más creativo, interesante y efectivo que tu largometraje.