Trampa y lugar común
Las películas de metraje encontrado, del tipo El proyecto Blair Witch o Actividad paranormal, son la única tendencia de cine de terror que continúa firme desde 2007, con varios estrenos anuales de este tipo. Casi que se ha convertido en un subgénero, limitado y gastado, pero que implica una fórmula eficaz y tentadora: films baratos de buen rendimiento en la taquilla. Obviamente seguiremos viendo películas de esta índole por un tiempo más, hasta que el mercado esté lo suficientemente saturado.
Ya se han reelaborado en este estilo unos cuantos tópicos del género: los infectados/poseídos que se comportan como zombis con REC y Diario de los muertos; lo sobrenatural y fantasmal con Actividad paranormal, sus secuelas y cantidad industrial de descaradas copias; monstruos mainstream con Cloverfield; exorcismos con El último exorcismo. El heredero del Diablo es El bebé de Rosemary de este estilo de películas.
Digamos que visualmente este subgénero tiene cierta ventaja en cuanto a la posibilidad de generar sustos realistas y tramposos, y si el director de turno tiene la habilidad suficiente, se pueden generar ciertos climas enrarecidos de gran efectividad. Pero en fin, la habilidad no es algo común. Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet (a los cuales a partir de ahora llamaremos “los directores”) tenían una historia, es decir, tenían que contar El bebé de Rosemary pero con el marido de la protagonista fuera del culto satánico que espera la llegada del anticristo, y actuando como un idiota que no se da cuenta, hasta que es demasiado tarde, de que su esposa está siendo manipulada para que traiga al mundo a uno de los hijos de Satanás (al parecer son muchos los que van a nacer). Está bien, son convenciones del género, aunque estos directores van más allá de las convenciones, transformando al espectador, que por convención sólo ve lo que filma el esposo -que por alguna razón lo filma todo-, en una conciencia electrónica que salta de cámara en cámara, desde las de seguridad de un supermercado hasta la excesiva cantidad de cámaras de vigilancia que el culto diabólico instala convenientemente en la casa de los protagonistas. Además, cuando la película debe asustar, apela justamente al susto tramposo que mencionábamos anteriormente: golpes de efecto de un instante que se cortan con momentos de tranquilidad, sumados a elipsis sin sentido, como cierto asesinato que no es mostrado no sabemos por qué: si nuestro punto de vista son las cámaras y hay cámaras en toda la casa… pero no, vemos una puerta y escuchamos un grito, es decir, trampa y lugar común. Y hablando de trampa estamos claramente ante una película de tráiler, uno de esos artefactos cuyas únicas escenas decentes están en el adelanto.
Quizás lo mejor del film sea la actuación de Allison Miller (la chica embarazada del Diablo) que sin ser ninguna maravilla está a tono y tiene cierta mirada inquietante. Zach Gilford (el esposo) por otro lado, está peor, aunque lo cierto es que su personaje requiere cierta estupidez. También hay un intento de incorporar elementos típicos del cine de terror y redondear una narración más completa. Esto está logrado a medias, pero podríamos decir que en comparación con, por ejemplo, la primera parte de Actividad paranormal, estamos ante un exponente mejor acabado pero también más arbitrario.
Seguramente se han visto peores cosas de este estilo, algunas hasta indignantes, por lo cual no podemos decir que El heredero del Diablo sea de lo peor que se ha hecho. Incluso es algo recomendable para ver una de esas tardes en las cual se ha perdido toda esperanza.