¡Basta de películas con estilo “found footage” o falso documental! ¡Basta de películas sobre posesiones demoníacas o afines (anticristo)! ¡Pero por sobre todo, un muy fuerte basta a Hollywood para que deje de sacar cual chorizo films que intentan ser de terror pero que no logran mover ni un pelo tanto por falta de originalidad en la historia como en la manera de narrarla y filmarla!
O sea, si bien es verdad de que es un género difícil porque ya se han hecho todo y no se puede inventar nada, también es cierto que al público argentino le encanta este tipo de propuestas, ya sea la secuela número mil de Actividad Paranormal o geniales exponentes como el año pasado lo fueron Mamá y El conjuro.
En esta oportunidad los directores Matt Bettinelli y Tyler Gillett, quienes dirigieron uno de los segmentos de Las crónicas del miedo (2012), toman al clásico de los clásicos El bebé de Rosemary (1968) para reducirlo a su más mínima expresión. “Es un homenaje”, remarcaron los realizadores en distintas entrevistas, pero habría que preguntarle a Roman Polanski qué opina al respecto.
El principal problema de la cinta es que parece que nunca empieza, salvo por un par de secuencias perdidas no es hasta el climax en donde se desata el conflicto. Lo que produce aburrimiento porque es contemplar una boda, luna de miel y convivencia de una pareja que no produce empatía alguna.
Unos años atrás esta técnica de filmación hubiera sido acertada, pero el mercado de hoy está saturado con varias películas que inundan la cartelera de forma constante y que se amparan en el “material encontrado” o “falso documental”. Pero lo cierto es que hoy en día suena más que nada a una forma de abaratar costos que un estilo artístico.
Por ello, salvo para un grupo de amigos o una pareja que consumen todo lo que es -o intenta ser- de terror, El Heredero del diablo no encontrará quien lo adopte por lo repetitivo, poco original, y, por sobre todo, porque no asusta.