Todo queda en familia
Basada en la película homónima de Susanne Bier, Hermanos (Brothers, 2009) trabaja por partida doble la revinculación, tanto en su faceta afectiva como social. Más tersa y reposada que su hermana mayor, aunque también más irregular y despareja, el opus siete del irlandés Jim Sheridan tiene un gran trabajo actoral de Tobey Maguire, en el rol de su vida.
El Capitán Sam Cahill se prepara para retornar a la indómita Afganistán. En su Norteamérica natal quedarán su hermano (Jake Gyllenhaal), de reciente liberación carcelaria, junto a sus padres –él, veterano de Vietnam, no esconde la preferencia por el “servidor de la patria”-, una preciosa mujer (Natalie Portman, radiante aun de entrecasa) y las hijas pequeñas. Las promesas de retorno se esfuman cuando un RPG encuentra su destino en la cola de su helicóptero. Sin registro corpóreo del deceso, la desaparición en acción deviene en la aceptación de su muerte. Pero las estadísticas no siempre aciertan, y cuando Cahill sea liberado y retorne a su hogar, las cosas ya no serán como supieron ser.
Seamos claros: no debe existir actor de Hollywood que no anhele ponerse en la piel de Sam Cahill, papel que aquí le tocó en suerte a Tobey Maguire: es ley tácita que las interpretaciones de veteranos de guerra –junto con las de discapacitados- son magnéticas a los premios y a la atención de la crítica especializada (vean sino el proceder del personaje del héroe de acción de Ben Stiller en la perfecta Una Guerra de Película). Sin embargo, el protagonista de El hombre Araña cumple y con creces. Sólo una parte de su ser vuelve de Oriente Medio. Incapaz de reír, agresivo, herido de muerte en su alma, Cahill mira sin ver, es un hombre ido, un muerto en vida.
Resulta interesante que en plena desorientación acuda a las fuerzas armadas para pedir la reincorporación al servicio, acción que le otorga a la película de Jim Sheridan una faceta política ausente en Brødre (2004). De refilón y quizá de forma involuntaria, el irlandés flanquea la adicción que genera la guerra en quienes la vivieron en primera persona, temática que le permite dialogar con la ganadora del Oscar, Vivir al Límite (The hurt locker, 2008). Cómo el William Jones de Jeremy Renner, el Cahill de Maguire necesita la adrenalina de la batalla, el resoplido constante de la muerte que acecha para seguir viviendo. Es en la acción que encuentra el oxígeno de su cuerpo, la nueva razón que motoriza su existencia. No sería descabellado pensar que la ira del veterano no sea una manifestación de las secuelas psicológicas de la guerra sino que, quizá, es el primer síntoma de abstinencia de esa peligrosa droga.
La construcción del vínculo entre la esposa del soldado y su hermano ex convicto también difiere. Bier retrataba a Jannik (Nikolaj Lie Kaas) como un ser hosco, despectivo y hasta agresivo con sus sobrinas, que recién luego de comenzar una relación más afectuosa con su madre (Connie Nielsen, Sarah) comienza a acercarse a ellas. Hay en todo el metraje sólo una escena donde tío y sobrinas juegan, se divierten. La preferencia se construye de forma más abrupta, menos gradual que en el film de Sheridan. Allí, en cambio, el director de Mi pie Izquierdo (My Left Foot: The Story of Christy Brown, 1989) y En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993) parte desde ese mismo punto de partida para luego retratar cómo lentamente Michael ocupa el espacio paterno. Desde la cimentación durante la cocción de los panqueques hasta la confección del muñeco de nieve, el beso entre éste y Grace es una consecuencia de ese nuevo rol que ocupa: Sarah encuentra en Jannik la posibilidad latente de una pareja; Grace la de un padre.
El juego de las diferencias culmina con el aspecto formal y narrativo del díptico. Menos preciosista y más ríspida, de una puesta en escena más “casual”, con una cámara en mano más urgente, Bier estaba lejos de priorizar la empatía espectador-personaje, aspecto que prima su par norteamericana. Los primeros minutos de Hermanos apelan a cada sentimentalismo y lugar trillado existente cuando de delinear un personaje sacado de una matriz genérica se trata. Cahill es un paradigma con patas: buen padre, devoto esposo, soldado responsable, casa impecable, su tragedia es también la de quien mira. De allí la irregularidad del relato, que levanta vuelo cuando se despoja de esa matriz rígida y le da vuelo propio a las criaturas que habitan en ese mundo.
Más allá de alguna moralina norteamericana demasiado notoria, Hermanos es una película noble y por momentos sincera, la historia de un hombre que en la guerra no perdió su vida, sino algo mucho más importante: la cordura.