Pese tratarse de un film interesante Hermanos no logra superar la media del cine contemporaneo.
El estreno de Hermanos, remake de un film de igual nombre rodado por la danesa Susanne Bier en 2004, nos sirve para comprobar hasta dónde pueden ser falsas las frases con las que se promocionan las películas: tal vez por necesidad de vincularlo con su cine, el irlandés Jim Sheridan dio en su reversión un mayor lugar al trasfondo bélico que a la intensidad erótica del triángulo conformado por dos hermanos y la esposa de uno de ellos. En el camino, ganó en tragedia pero perdió en complejidad y ambigüedad. Eso resume que esta Hermanos, si bien no un film desechable, resulte mucho menos interesante.
Sam Cahill (Tobey Maguire) es un capitán del ejército norteamericano que parte rumbo a Afganistán. Atrás deja a su mujer Grace (Natalie Portman), a sus dos hijas y a su hermano Tommy (Jake Gyllenhaal), recientemente salido de la cárcel. Es el preferido de su padre (Sam Shepard) y, parece, un ejemplo de rectitud y patriotismo. Sin embargo cuando se lo dé por muerto en aquel lejano país, las piezas en su familia se irán modificando: y Tommy empezará a ocupar más lugar en la vida de Grace y sus dos hijas.
Sheridan acierta en no jugar al falso misterio. Sabe que Hermanos fue una película más o menos conocida (Bier es una típica directora europea con un pulso hollywoodense para narrar, cuya obra es reconocible) y por eso no hace hincapié en la aparente muerte de Sam. Enseguida nos muestra que ha sido tomado rehén y lo enfrentará a una serie de decisiones morales que se potenciarán en la última parte del relato. Como lo ha hecho siempre, lo mejor en sus películas es la forma en que recrea los problemas familiares, sobre todo entre padres e hijos. Por eso los momentos intensos de verdad (hay de los otros, esos de venas hinchadas, casi todos protagonizados por un desconcertado Maguire) son aquellos en los que Tommy intenta ser comprendido por su padre. Es verdad, Gyllenhaal y Shepard saben cómo actuar, sobre todo desde los gestos.
Sin embargo Hermanos no logra traspasar cierta medianía y, carente de todo hallazgo formal, cuenta lo suyo con corrección y prolijidad -ese es tal vez su mayor acierto-, pero sin convocar a ningún tipo de fascinación para el espectador. Ni siquiera cuando Sam retorne a su casa y comience a dudar acerca de qué tipo de vínculo han construido, en su ausencia, Grace y Tommy. Ahí el que toma una decisión fundamental es el director, quien prefiere anular la potencialidad sexual de la historia para contar, una vez más, una sobre las consecuencias y las marcas que deja la guerra.
La reaparición de Maguire no sólo le resta interés a la película, sino que además saca casi de escena a Gyllenhaal, el único que parecía poder aportarle complejidad al asunto. Y, para colmo de males, este Maguire no es el relajado de Spiderman, el de porte clásico de Alma de héroes ni el deliberadamente ambiguo de Fin de semana de locos. No, es un Maguire que supone que actuar con intensidad es hinchar las venas, poner cara de loquito y tener el temperamento de una olla a presión. Ahí Hermanos, que hasta entonces ostentaba cierta amabilidad, se desborda hacia el melodrama exacerbado. Más allá del acertado diálogo final, el film pierde potencia porque siempre elige el camino más fácil y menos interesante.