"Hermosa venganza": agenda de género.
La película dirigida por Emerald Fennell tiene un tratamiento destinado a dividir aguas entre quienes celebren el revanchismo femenino y aquellxs que vean una banalización colorida y pop de situaciones gravísimas.
Los electores del Oscar suelen encolumnarse detrás de películas cuyo aspecto más destacado es el Tema, con mayúsculas. Tanto mejor si es de enorme relevancia en la agenda social y política del momento. Luego de más de una década de levantar la bandera de la diversidad racial con títulos afro-friendly –desde Doce años de esclavitud hasta Luz de luna– y rubros interpretativos dignos de una publicidad de Benetton, los académicos recordaron que las mujeres también dirigen y nominaron, a falta de una, a dos realizadoras para la gala del 25 de abril, un hecho inédito en más de 90 años de historia durante los que apenas nueve habían llegado al quinteto final (y solo una, Kathryn Bigelow, se fue con la estatuilla bajo el brazo). Una es Chloé Zhao por la notable Nomadland; la otra, Emerald Fennell por esta película estrenada en el Festival de Sundance 2020 que se carga la agenda de género sobre las espaldas con orgullo y prepotencia, releyendo una premisa clásica del subgénero rape and revenge –que alcanzó su esplendor en los desencantados años 70– para gritar en cada plano que los hombres del mundo se dividen entre cretinos y cretinos peores.
¿Hermosa venganza hubiera cosechado cinco nominaciones, incluyendo las principales, diez años atrás? ¿Cómo hubiera sido su performance en la temporada de premios en un contexto de consumo audiovisual prepandémico, con el clásico esquema de ventanas de exhibición en plena vigencia? Es cierto que Fennell imprime a una historia que involucra violaciones y abusos un tono arriesgado para los parámetros del Oscar, cruzando el drama de personaje con la fábula vengativa y hasta algunos pasos de comedia negra, un tratamiento destinado a dividir aguas entre quienes celebren el revanchismo femenino y aquellxs que vean una banalización colorida y pop de situaciones gravísimas. Pero también que no logra sortear las habituales recurrencias a la psicología y el pasado como justificación de todo, clarificando así los bordes más filosos de un personaje magnético e inicialmente desconcertante, pura manipulación psicopática.
En la primera escena se ve a Cassie (Carey Mulligan) borracha en el sillón de un boliche, mientras un grupo de hombres habla de la manera más guarra posible sobre las cosas que harían en la cama con esa mujer indefensa. Uno de ellos toma la iniciativa, se acerca con aparentes intenciones de auxilio, ofrece un taxi para llevarla a casa y, una vez en viaje, le ofrece un desvío a su departamento. Allí le da una copa, la tira la cama y va directo con la cabeza a las bragas, justo cuando Cassie, para sorpresa de él, parece recuperarse al instante de su borrachera. Sucede que la situación fue perfectamente calculada para dejar al muchacho en offside, algo que por el conteo y la larga lista de nombres apuntadas en su libreta es parte de un sistema, de un plan mayor.
La joven promesa (de allí el título original) durante su etapa de estudiante de medicina ahora tiene 30 años y pasa sus días llenando tazas desganadamente en una cafetería y viviendo en casa de sus padres, quienes para su cumpleaños no tienen mejor idea que regalarle una valija. Allí conserva intacta su habitación de niña, como si su tiempo biológico se hubiera detenido en algún momento de su adolescencia, en lo que es la subtrama más interesante pero más superficialmente trabajada del relato. Pronto se sabrá que su costumbre de salir noche a noche a “cazar” hombres que, al verla borracha, intentan encamarse, es un intento de vengar un hecho del pasado universitario. Una venganza de la que no estarán exentas las mujeres que con su silencio fungieron de cómplices: aunque con especial predilección por los masculinos, Fennell deja en claro que el concepto de villanía está desparramado en todos los personajes. Hasta el interés romántico de Cassie, que inicialmente aparece como excepción a la regla y, por lo tanto, complejiza la hipótesis inicial, termina mostrando la hilacha, dando pie a una secuencia final que, con su negrura doliente, deja flotando la sensación de que la película podría haber sido tanto mejor.