Hay días en el que el crítico de cine se siente desconcertado ante lo que ve y le cuesta encontrar un camino claro para decir qué piensa de una película. Con Hermosa venganza es complicado. Por una parte, es un thriller: una mujer joven pero ya no tanto tiene la compulsión de asustar imbéciles. Se viste provocativa, va a bares, finge emborracharse, se deja llevar a algún lado por algún tipo y de pronto se “desemborracha” y le hace pasar un pésimo momento al idiota de turno.
Detrás, hay una historia: su mejor amiga, su hermana, fue abusada en el College, era brillante alumna, nadie le creyó, se suicidó. En medio de todo esto, la protagonista encuentra la posibilidad de una venganza directa y allí va.
Todo está bien, pero todo está mal. Está bien el trabajo impecable de Carey Mulligan, está bien que la realizadora y guionista Fennell no eluda que nuestra chica es, también, una especie de psicópata a la par de aquellos que encuentra.
Pero detrás de todo esto hay una idea oscura, una especie de justificación del fanatismo, de que cualquier medio se justifica en pos de algo de justicia. Quizás ese punto perturbador en este universo caricaturesco que vivimos sea lo más perturbador de un film oscilante.