Kevin James es un buen comediante. Y el término “buen” le calza justo: no es extraordinario ni nos causa vergüenza ajena. Aquí vuelve a ser el vigilador de shopping Paul Blart, aunque en esta ocasión se toma vacaciones en Las Vegas. El resultado es una cadena de chistes unidos por un hilván argumental que cae simpático, no molesta, a veces hace reír y, a la salida de la función, se olvida.