La nueva película de Claire Denis, High Life, encuentra a la realizadora con sus obsesiones usuales en un marco de ciencia ficción que decae al no querer encuadrarse en el género y optar por un ritmo desconcertante
A Claire Denis la conocemos desde la taciturna Chocolat (1988) – en estas tierras recién en 1999 con Nenette & Boni de 1996 y estrenada localmente en 1999 – , y su filmografía pegó un vuelco definitivo desde Bella Tarea (1999), acaso su obra cumbre.
Desde entonces, aunque ya había vestigios en obras como J'ai pas sommeil (1994), se convirtió en una realizadora ecléctica, que a veces gusta de provocar entregando títulos como la sanguinolenta Trouble Every Day, y a veces se conforma con historias simples, trilladas, de mediana edad, como la soleada, y algo anodina, Un bello sol interior.
Denis puede poner el foco en el deseo femenino, o en sus crisis existenciales de burguesas de 40 y largos años; crea imágenes explícitas, interpela al espectador sobre cuestiones morales, y plantea diferentes juegos disruptivos; o se conforma con la postal y los diálogos banales.
Yendo más a fondo, algo que sucede con muchos realizadores provocadores (caso Lars Von Trier o Gaspar Noé) es que generan esas expectativas, un acostumbramiento. El espectador ya se predispone delante de la pantalla a ver algo que desafía sus principios, a observar algo que va más allá; y por lo tanto, se pierde el efecto impacto. La pregunta sería ¿ahora qué? ¿cómo vuelvo a generar sorpresa?
En el capítulo de El debilitador social de Los simuladores, Mario Santos le dice a un joven punk/trash “hoy por hoy, si te querés rebelar, tenés que usar saco y corbata” algo de eso hay.
En High Life Claire Denis vuelve al cine de género, como lo hizo en White Material, esta vez dentro de la ciencia ficción, y como era de esperarse, no, no es una típica película de sci-fi.
Denis lo hace de modo disruptivo, utiliza un marco de ciencia ficción, pero vuelve a sus asuntos usuales, separa el género de la aventura, y crea algo más cercano a lo poético, al lirismo de sus dramas más cerrados. El resultado es un híbrido capaz de dejar afuera a sus espectadores de historias tradicionales, y más aún al seguidor del género.
¿Se acuerdan de Los Simpsons en el corto de La casita del horror que llega el apocalipsis y crean dos naves hacia el espacio una con gente valiosa y otra con escoria social directa al sol? En High Life partimos de una tarea especial dictada por el Estado, en el que nueve tripulantes, criminales con prisión perpetua, deben capturar la energía proveniente de un agujero negro. Por supuesto, la misión no tiene punto de regreso, se sabe que no hay escapatoria de ese acto kamikaze. Como modo de dependencia absoluta, se les otorga medios de subsistencia por cada día, a condición de presentar informes.
High Life habla de la alienación, una doctora, Dibbs (Juliette Binoche), que también tiene un pasado muy turbio, manipula al resto de los tripulantes y los droga severamente, llevándolos a un grado de alucinación que se acrecienta por el encierro y aislamiento constante.
El protagonista es Robert Pattinson, en la piel de Monte, uno de los tripulantes/reclusos, que paso casi toda su vida preso luego de haber asesinado de pequeño a otra niña que liquidó a su perro, o algo así. Él es el único sobreviviente de la misión, y recuerda todo a través de flashbacks en el que recordaremos como todo fue locura hasta el grado de la extinción, pero no, no como en Event Horizon.
Mientras trata de encontrar un nuevo destino donde aterrizar y anclar su existencia, se suceden los flashbacks y se nos presenta una maquina para masturbar, y un experimento de inseminación que incluye una violación a cargo de la doctora y una niña nacida de esa aberración.
Denis juega a mostrar grados de conducta humana fuera de lo aceptable, nos habla de las consecuencias del aislamiento y cómo lleva a comportarse fuera de toda regla. Presenta provocaciones varias (casi) todas sexuales. Pero en los hechos, nada llega a impactar, porque desde el vamos, ya se suponía que la realizadora de Trouble Every Day haría eso, y el marco en el que contextualiza no ayuda.
Provocación con lirismo; dramas existenciales, a través de un hombre imposibilitado de comunicarse; la falta de sexo tradicional; y también asuntos relacionados con las edades y generaciones, y con la paternidad obligada. High Life se queda en el envoltorio, en la capa crujiente, para entregar un relleno vacío, insustancioso, que no profundiza, y vuelve sobre problemáticas burguesas respecto de la soledad.
Denis le teme a hacer una película de Ciencia ficción y hace todo lo posible por romperla, entorpece su ritmo, le agrega elementos extraños, y le aporta un empalago visual más cercano a lo pictórico que a lo funcional. En definitiva, como en sus dramas en los que se pierda con postales de praderas.
Pero tampoco funciona como drama, porque sus planteos nunca llegan a interesar, tienen un buen puntapié pero se pierden en un abordaje inocuo, ramplón.
La realizadora parece más preocupada por escandalizar festivales mostrando como Binoche se mete cosas en la vagina (y escarceando bastante, obvio) que en realizar una propuesta que provoque desde el contenido.
Yendo a los hechos, los juegos de poder de Bella tarea eran mucho más provocadores que la sangre a chorros de Trouble Every Day, pero Denis hace rato dejó de ser la de aquella obra perfecta de 1999.
Binoche compra el juego de la perversión elegante, y ofrece una actuación correcta, aunque lejos de lo que sabemos puede dar si está bien dirigida. Pattinson mejora respecto a otras películas, pero aún le queda pendiente darle movimiento a una cara que invita al sueño.
Sueño, ese es el problema de High Life. Tanto lirismo, tanto escaparle a la ciencia ficción, tanto querer ser y no ser Alien 3; tanto creerse superior a películas mucho más concretas y mejores como Moon; tantas vueltas para hablar de dramas simplones con postulados básicos; High Life cae en lo que ningún provocador debería lograr, aburrir por la falta de sorpresa y genuina transgresión. Todavía tenemos esperanzas de que a la directora de 35 Rhums le quede algo del talento que hace veinte años le sobraba.