Un ¿astronauta? vive en una nave que parece abandonada y obsoleta con la única compañía de una bebé de meses. Se llama Monte (Robert Pattinson) y su rutina consiste básicamente en sobrevivir. La directora francesa Claire Denis, en su primera película hablada en inglés, propone desde el principio lo que parece ir más allá del género, la ciencia ficción. Una visión despojada, y pretendidamente profunda, sobre la condición humana. En la línea de los films espaciales que, con excepción de la extraordinaria Gravedad, siguen la tradición de 2001, o de Stalker, para usar el espacio exterior como metáfora. Del vacío, del pasado, del mundo interior, de la locura o de lo que venga.
La idea argumental de High Life es interesante: Monte pertenece a un grupo de convictos -delincuentes, drogadictos- que se utilizó para experimentar en el espacio. Pero además de la compañía que tuvo, como sabemos muy al principio, hubo también una extraña médica bruja (Juliette Binoche). Una mujer de largo pelo negro que ejercía el poder y a la que, por algún motivo, estaban sometidos. Una mujer que tomaba muestras de su semen para probar si era posible llevar a término una gestación en esas condiciones, por algún motivo, mediante inseminación. Y una mujer que tenía sexo con una máquina, una especie de consolador mecánico, Fuckbox.
Con tramos incómodos, bizarros y otros directamente de mal gusto, High Life quiere acaso subvertir las convenciones de la épica espacial, y en buena parte lo consigue. Si uno es capaz de aceptar los azarosos caprichos de su argumento, resignar la comprensión o jugar a escandalizarse, como el burgués confortable al que parece destinada la pataleta. Eso sí, ciertamente podemos enamorarnos, como la cámara de Denis, de ese actor bello y siempre interesante que es Pattinson, lo mejor de la película.