En el año 2017, DELFINA (21) regresa de Nueva York a un pequeño pueblo ribereño en la provincia de Buenos Aires. Allí visita la tumba de una mujer mayor y la de una joven que es idéntica a ella, llamada Julia. De hecho, la foto de la lápida podría ser fácilmente una foto de ella. A partir de la identidad de estos dos rostros, la joven viva y la muerta, una serie de recuerdos se despliegan: algunos recuerdos de la infancia de DELFINA, otros de su padre JUAN. Juan, a los 25 años, descubre que es hijo de desaparecidos. Mientras lleva a cabo el proceso de descubrir su verdadera identidad, conoce a Julia, joven de la que se enamora y quien trágicamente muere en un accidente. Muchos años más tarde, Juan está casado con otra mujer, BERENICE, y tiene una hija llamada DELFINA. Sin embargo, el amor del pasado vuelve a colarse en su vida: hay varios indicios de que su hija podría estar relacionada con Julia, como si de alguna manera, su sangre hubiese transmitido la huella de ese primer amor.
Tras el laberinto de estos recuerdos, donde el pasado y el presente se cruzan, podemos armar un rompecabezas cuya imagen final será una hipótesis casi sobrenatural, tan inquietante como esperanzadora: el amor del pasado deja sus huellas sobre nosotros, tan profundamente que nuestros hijos las heredan, hijos que pueden tener varios padres. En el caso de DELFINA, ella es la única hija de dos madres, una biológica y otra que murió antes de que naciera.